Irrelevante





¡Judio tenía que ser! fue la exclamación que me brotó al leer la última página del libro que más me ha impactado en estos últimos años que no es otro que “21 lecciones para el siglo XXI” del israelí Yuval Noah Harari.
Mis gustos literarios navegan por la novela y desde hace unos años, por autodisciplina, voy alternando libros en euskara con otros en castellano y en esta ocasión, aunque lo habitual es optar por alguna novela, opté por este ensayo tras haber leído una reseña que me logró cautivar.
El historiador, escritor y profesor universitario, tal y como indica el propio título, a lo largo de 21 capítulos trata cuestiones como el trabajo, la libertad, la religión, la educación, .. y nos invita a la reflexión sobre esas cuestiones tan trascendentes pero que por su cotidianiedad las asumimos como tal y por lo tanto, ni nos paramos en reflexionar sobre las mismas.
En el segundo capítulo, el dedicado al Trabajo, aporta una reflexión sobre los retos que la infotecnología y la biotecnología plantean a la humanidad y asimismo, plantea la situación generada por el rápido y exponencial desarrollo de la IA (Inteligencia Artificial) y la robótica. Yuval plantea, entre otras cosas, la zozobra que genera sólo imaginar la perdida de millones de puestos de trabajo que puede conllevar la generalización de la IA y la robótica a numerosos sectores productivos. Igualmente, plantea que el ritmo del cambio en una economía dominada por la tecnología exigirá de un constante esfuerzo educativo por parte de aquellos empleados que no quieran perder comba si no quieren verse excluidos del mercado. Incluso llega a plantear la tesitura en la que la gente sea prescindible, además de como mano de obra, como meros consumidores donde los robots podrían generar productos destinados a otras maquinas y ordenadores. Es decir, el humano alcanzaría la inquietante categoría de irrelevante. Por todo ello, el autor plantea que en esta tesitura se debiera optar por proteger a los humanos (obreros) y no los empleos. ¿Cómo se les queda el cuerpo? ¿qué les sugiere esta realidad no tan lejana como pensamos?.
Yo, como siempre, quiero llevar el agua a mi molino, a la agricultura, el mundo rural y sus gentes y a consecuencia de ello, me surgen más preguntas que respuestas por lo que he estimado conveniente compartirles mis dudas para, en contrapartida, recabar sus opiniones y respuestas.


La automatización de procesos productivos parece ser una tendencia imparable del que no es ajena la agricultura, ahora bien, me surge la duda si esa misma automatización no se centrará en las zonas llanas, como suelen decir mis amigos los productores, las mejores tierras por ser maquinables, mientras las zonas de montaña y de orografía más difícil se vean, nuevamente, arrinconadas y excluidas de esos avances.
La protección de los humanos y no de los empleos, tal y como plantea el escritor israelí, me sugiere si desde los poderes públicos debieran proteger a los agricultores excluidos por el mercado dominado por la agricultura altamente tecnologizada y automatizada frente a otros planteamientos que optarían por proteger el empleo, es decir, ¿debiéramos proteger al agricultor o debiéramos empeñarnos en proteger la agricultura que, de por sí, quedaría fuera del mercado?. Un vuelta de tuerca más, ¿qué ocurriría con esas tierras y territorios donde la protección se limita al hasta ahora agricultor mientras se abandona la producción agrícola? ¿qué consecuencias tanto alimentarias como medioambientales tendrían en dichos territorios?
Estas preguntas que me asaltan me reafirman en la creencia sobre las externalidades inherentes a la actividad agraria porque al intentar responder a mis dudas me queda bien clarito las graves consecuencias que tendría que el agricultor (el humano) dejase de trabajar la tierra, de cuidar los pastos para alimentar su ganado o sus bosques para obtener madera o derivados de la misma.
Ahora bien, si tal como sugiere el autor, se protege al humano (agricultor) frente al empleo (actividad agraria), ¿no ahondaríamos aún más en la imagen del sector agrícola como sector subsidiado? ¿qué motivación tendrían los humanos para seguir formándose y educándose constantemente para un mundo tan cambiante? ¿no estaríamos hablando de algún tipo de renta universal para los hasta entonces agricultores?.
Como ven, además de invitarles a leer el libro y generar sus propias reflexiones, la cuestión tiene su cosa. Yo, por mi parte, seguiré reflexionado para alejar la idea de que el humano, el agricultor en nuestro caso, sea irrelevante.


Xabier Iraola Agirrezabala



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