Las cuentas claras
Mis sobrinas se han saltado el
confinamiento, día sí y día también. Estas últimas semanas, mientras yo estaba
encerrado en mi cueva, ellas se vistieron el traje de baño, extendieron las toallas,
se dieron la crema de sol y se fueron a la piscina. También han estado de finde
en Isaba, pueblo del Pirineo navarro, echaron las esterillas en la sala y pertrechadas
de sus sacos de dormir, disfrutaron de un finde rural. Incluso, hicieron las
maletas para ir a la China (maldita la gracia). Ellas, que para eso son de
Bilbao, se saltaron, con sus imaginativos recursos, propios de la infancia, el
confinamiento que, poco a poco, nos va minando.
Mientras mis sobrinas, tal y como
le decía, andan de aquí para allá, la vida confinada sigue en sus trece y tengo
que reconocer que la alimentación y el conjunto de la cadena alimentaria han sido
y están siendo uno de los puntales sobre los que se asienta nuestra cotidiana y
confinada vida. Al parecer, la gente ha caído en la cuenta de la importancia de
los alimentos y más desconcertante aún, acaba de descubrir que los productos no
se crean en los propios lineales si no que hay toda una serie de agentes por
delante, productores, transportistas, cooperativa, etc. por lo que, aunque los
comercios estén abiertos, si los productores caen, junto con ellos, cae toda la
cadena alimentaria. Tan básico y sencillo como elemental.
Que la gente sea más sensible a
la importancia de la alimentación y que sea más consciente del papel que juegan
los productores no nos debiera hacer caer en la ingenuidad, tan falsa como
inútil, de pensar que cuando acabe el confinamiento, los problemas del mundo
agroalimentario y más concretamente, del mundo agro van a finalizar coincidiendo
con el día del lanzamiento del chupín de la desescalada. Pensar que los graves
y estructurales problemas que sufre el sector productor van a desaparecer con
el covid y la ola de sensibilización que lo acompaña, es altamente irreal por
lo que conviene ir moviendo fichas y aprovechar, eso sí, para asentar las bases
normativas y estructurales que hagan la alimentación, la cadena alimentaria y
el comercio de alimentos algo más justo, transparente y equilibrado.
En este sentido, acaba de
celebrarse en Madrid, el pleno del Observatorio de la cadena alimentaria y se
ha fijado para este año 2020, como prioritario, la realización de los estudios
que permitirán visualizar la formación de precios en la leche, aceite de oliva
virgen extra, melocotón y nectarina. Veremos qué nos deparan dichos estudios y
que conclusiones sacan tanto los responsables políticos como los conformantes
de la larga, complicada y penosa cadena.
La leche, una vez más, es el
origen de mis quebraderos de cabeza por que, aunque tengo que reconocer que la
cadena láctea (productores, cooperativas, industria, distribución, etc.) está
funcionando con normalidad absoluta durante el estado de alarma, no es menos
cierto que aparecen los primeros nubarrones en el cielo blanco.
En Europa, las enormes
dificultades para exportar tanto leche como lácteos (principalmente, quesos) hasta
países terceros, el cierre de la hostelería y el bajón del sector pastelero está
conllevando a un hundimiento de la grasa láctea lo que, provoca que se hayan
iniciado, según denuncian diferentes organizaciones agrarias, la entrada de
cisternas de leche e ingentes cantidades de queso provenientes de países
europeos con gran tradición exportadora y que ahora, para superar dichas
trabas, ven en el Estado español, una vez más, un magnífico desagüe al que
volcar todos sus excedentes.
El consumidor estatal, en este
confinamiento, está centrándose en productos alimentarios básicos y este comportamiento
es extensible al área de lácteos donde se está dando un crecimiento en leche y
yogures básicos mientras se resienten otros lácteos de mayor valor añadido pero
que no son percibidos como imprescindibles por parte de la población. Además de
la propia actitud de los consumidores, no nos engañemos, debemos ser
conscientes que la propia distribución, por motivos de eficiencia logística,
está haciendo su propia entresaca, eliminando gran número de referencias de
productos y con ello, aumentando y facilitando, la tendencia a optar por los
básicos.
Esta tendencia a aminorar
referencias en la distribución y arrinconar, en cierto modo, productos de mayor
valor añadido tendrá consecuencias directas y contundentes en aquellas industrias
lácteas que vienen trabajando el valor añadido frente a la pelea del volumen,
incidirá en la investigación e innovación de nuevos productos, pero, al mismo
tiempo, debiera ser una buena oportunidad para aquellas otras industrias que
hayan optado por el volumen y el coste unitario bajo.
Eso sí, las dudas me asaltan, al
pensar que, hasta el momento, según he podido leer y escuchar en diferentes foros,
las industrias lácteas españolas perdían dinero con la leche básica y han
salvado los últimos ejercicios por el alto valor de la grasa. Ahora que la
grasa está por los suelos, la leche básica (por la que están optando
mayoritariamente los consumidores) sigue en pérdidas y el consumo (y el precio
de venta al público, PVP), estable. ¿Cómo van a cuadrar las cuentas?
Este humilde juntaletras, de
letras sabe poco, pero de matemáticas, nada. Espero que usted sea lo
suficientemente amable para aclararme las cuentas antes planteadas.
Xabier Iraola Agirrezabala
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