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Ilusión láctea

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Hace unos cuantos años recibí la llamada de mi buen amigo Joxemanuel Goikoetxea, ya fallecido tras una larga enfermedad, y ex de muchas cosas pero sobretodo un verdadero líder del sector agrario que supo, desde sus diferentes responsabilidades, impulsar proyectos y estructuras que sustentasen la actividad en un sector primario tan pequeño y difuso como el vasco. Pues bien, a lo que iba, Joxemanuel me llamó nervioso porque el mandamás de la empresa láctea de base cooperativa EMMI de Suiza, inesperadamente, había aterrizado en Loiu con el propósito de dar una charla a ganaderos encuadrados en la cooperativa KAIKU y hacía falta activar unos cuantos ganaderos para que llenasen la sala a modo de atrezzo y el orador no se viese frustrado por su escasa capacidad de convocatoria. Pues bien, los que acudimos a dicha charla, como se suele decir coloquialmente “para hacer bulto”, salimos mareados con la avalancha de números, estadísticas y conceptos que se nos escapaban al común de

Las ausencias del debate (decisivo)

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Viendo el Teleberri del finde caí en la cuenta que fui uno de los pocos que optó por quedarse por casa en el Puente de la Inmaculada ya que el que no se había ido a Madrid, se había ido a Munich y el que no, volvía al pueblo que, según parece es el refugio seguro al que todos recurren cuando el bolsillo anda constipado. Pues yo, también me quedé en el pueblo, en el mio, Legorreta para más señas, y siguiendo con la tradición familiar me dediqué a labores decorativas navideñas que van desde poner el pino hasta engalanar todos los rincones de la casa. Agotado de subir y bajar de la escalera para el dichoso pino, además de reponer bombillas y mover figuritas y espumillones de un lado para otro, el lunes por la noche, incauto de mí, me puse frente al televisor para seguir el Debate Decisivo, la madre de todos los debates, tal y como lo venían vendiendo los de Atresmedia desde hace un mes, y tengo que reconocer que debo ser algo masoquista puesto que aguanté hasta el final.

Orgullo casero

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El imparable aumento de la población mundial previsto por todos los organismos internacionales hace que tanto las empresas agroalimentarias multinacionales como los estados más poderosos hayan fijado el sector agroalimentario entre sus prioridades. Ahora bien, esta prioridad global no casa con las prioridades locales o más cercanas y menos con las prioridades personales de cada uno de nosotros pues de otro modo resulta difícilmente comprensible que en un panorama global tan, en principio, goloso nos encontremos con un sector productor cada vez más reducido y envejecido. En Euskadi, tenemos un sector agrario con unos titulares cuya edad media es de 58 años, es decir, en puertas de la jubilación “legal” y si acercamos la lupa a la estadística comprobamos que sólo el 10% de los titulares es menor de 40 años (40 años es el límite fijado por la Unión Europea para considerar a un productor, joven agricultor o no) y si miramos al tramo superior, comprobamos, con estupor, que el

Soledad familiar

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Mikel y Antonio son primos, “etxekonekoak” (vecinos dentro de un mismo caserío) y a su vez, socios de la misma explotación ganadera, una explotación de vacuno de leche. Ambos semi-jóvenes, junto a sus esposas, hace unos años decidieron tomar el relevo de sus progenitores y afrontar el futuro unidos superando así la inercia de una tendencia individualista mayoritaria en nuestro sector productor. Ambos son ejemplo para otros muchos que defienden, en teoría al menos, la necesidad de unirse y colaborar para así poder ganar dimensión, diversificar o simplemente, para organizarse y ganar calidad de vida; no obstante, no dejan de ser un magnífico espejo donde sólo unos pocos se miran. Pues bien, esta cuestión y otras similares fueron las abordadas en una conferencia que di hace unos meses sobre el futuro del sector agrario vasco y fue tras plantear la cuestión de la mano de obra en nuestras explotaciones y la soledad de nuestros baserritarras, cuando a la salida de dicha exposi

La alegría de la huerta

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Hace unos 50 o 60 años, miles de personas de otras comunidades del estado español vinieron a Euskadi con el ánimo de trabajar y así labrarse un mejor futuro para sus familias. Muchos de ellos provenían de pequeños municipios rurales de Castilla, Extremadura, Andalucía o Galicia básicamente y por ello, bastantes de ellos, con el fin de aliviar la maltrecha economía familiar optaron por ocupar las riberas de los ríos, carreteras, vías de tren, etc y destinar esas tierras, muchas de ellas de propiedad difusa, a la labranza. Todos conocemos municipios vascos cuyos márgenes de carreteras, vías y ríos están abordados por estas huertas donde además de las hortalizas afloran, bastante más fácil que los champiñones, las consiguientes chabolas para aperos y demás enseres con lo que, lo que comenzó siendo unos pequeños huertos, en algunos casos acaban siendo verdaderos cortijos donde las chabolas de aperos se transforman en un coqueto refugio para el tiempo de ocio. Tanto es

Kilómetro CasiCero

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Transcurridas un par de semanas del bombazo de la OMS por el inaceptable informe sobre la relación del consumo de carnes procesadas y rojas con el cáncer, los medios de comunicación van alejando el foco de su atención a otras cuestiones (¡bendita Catalunya!) y con ello, quiero suponer que la alarma generada por el amarillismo de algunos medios, irá decayendo y consiguientemente, la situación se irá normalizando. Aún teniendo en cuenta que las altas temperaturas, inusuales para las fechas en que nos encontramos, son poco propicias para el consumo de carne, no podemos obviar que el dichoso informe ampliado por los altavoces mediáticos ha provocado un bajón en las ventas de carne y según me cuentan mis contactos sectoriales, parece ser que la bajada se ha cebado en las carnes procesadas con un descenso que ronda el 7%, en las hamburguesas y en menor medida en el resto de carnes rojas con un 3% cuyo consumo, al parecer, se ha desviado a otro tipo de carnes como el pollo y/o e

El mayorazgo de Usarraga-Berri

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Mi abuelo Patxi vio nacer a 6 de sus 7 hijos en el caserío Aztiola de Bidania (caserío ubicado en las alturas más cercano a la vecina Beizama que al propio núcleo bidanitarra) puesto que el séptimo, el más joven, Pascual (mi padre) nació en el caserío Usarraga-Berri que, éste sí, se ubicaba en la zona llama de lo que se llamaba la Universidad de Vidania. Mi abuelo, alcalde nacionalista destituido por los golpistas del 36, obró como el resto de la sociedad rural de la época y dejó todo su patrimonio, osea los dos caseríos y sus tierras, en manos de su hijo mayor, Patxi, que para eso era el indicado para personalizar la figura del mayorazgo y porque me imagino que mi abuelo observó que su hijo Patxi era muy buena persona. Por cierto, ahora que no nos oye nadie, les tengo que desvelar que como yo era su “besotakoa” (refiriéndose así al padrino que llevaba a su apadrinado al bautizo en sus brazos) mi nombre completo es “Patxi Xabier”. El mayorazgo, antiquísima costum