El calentón final
Bochorno es la sensación que se me impone al ver el anuncio de una
multinacional alimentaria publicitando un caldo industrial como
“caldo casero” puesto que con dichas denominaciones no provocan
más que el escepticismo de los consumidores así como una
banalización de los términos y , por extensión, de los mismos
productos.
¿Cómo se puede llamar “casero” a un producto elaborado en una
fábrica, mediante procedimientos industriales y en cantidades
ingentes? No quisiera ser inocente o ingenuo pero creo que el término
“casero” debiera reservarse a aquellos alimentos producidos y/o
elaborados en casa o en el caserío y , por eso mismo, creo que este
caso del supuesto caldo casero es un claro ejemplo de engaño y/o
fraude al consumidor donde empresas industriales se apoderan de dicha
terminología que, lógicamente, no les corresponde.
Algo similar ocurre, al parecer, en el mundo de la restauración de
hoy en día con numerosos establecimientos de “cocina casera”
dedicados en cuerpo y alma a dar el calentón final a unos platos
precocinados en las cocinas industriales de la poderosa industria
agroalimentaria elaboradora de platos “readymade” . Los locales,
dada la carestía del metro cuadrado, cada vez cuentan con cocinas
más exiguas y las plantillas menguantes explican que numerosos
hosteleros opten por la opción más cómoda y rentable que no es
otra que tirar de catálogo de comercial y calentar, vía micro u
horno, el plato precocinado presentándolo en su propio plato o con
una decoración floral que le proporcione imagen de artesanía
alimentaria.
Cada vez es más frecuente encontrase con platos elaborados en base a
congelados, incluso el pan al que se le cae la corteza nada más
tocarlo, y es ésta situación la que ha provocado que en el país
vecino, Francia, considerado la capital mundial de la gastronomía,
alarmados por esta degeneración de la restauración hayan optado por
regular este asunto e impulsar una ley, fundamentada en la protección
del consumidor, que requiere a los restaurantes a designar en sus
cartas aquellos platos “fait maison” (hecho en casa) a base de
materias primas frescas en su propio establecimiento.
No caben atajos, ni la excusa de la falta de tiempo, ni la carestía
de los locales o el incremento salarial son razones suficientes para
justificar el uso, mejor dicho abuso, de platos precocinados en
empresas industriales especializadas en terceras, cuartas y quintas
gamas donde la habilidad del cocinero final queda relegada al último
calentón y menos, en un país como en Francia donde la gastronomía
es una de sus señas de identidad nacional.
Y hablando de Francia, me viene a la memoria que en este paisito
nuestro, osea Euskadi, ...
la gastronomía también es una de nuestras
señas de identidad nacional y habiendo hablado sobre la cuestión
con algún hostelero amigo, mucho me temo que entre nuestros fogones
también circulan, como Pedro por su casa, los comerciales del
precocinado con sus catálogos satinados y con el cálculo del ahorro
por ración como argumento comercial principal, lo cual, estimo
personalmente, es una espada de Damocles que pende sobre nuestras
cabezas dado que su extensión acabaría con el buen nombre de
nuestra cocina.
Humanamente, puede llegar a comprenderles, pero como consumidor y
como observador interesado en la alimentación creo que es una
alternativa de corto recorrido que puede conllevar que, a medio y/o
largo plazo, degenere en una depreciación de la cocina vasca en su
conjunto.
No quisiera cebarme con los restauradores puesto que algo parecido
ocurre en casa de cada uno de nosotros. Vivimos excesivamente
acelerados y damos a nuestra alimentación menos importancia de lo
que debiéramos puesto que consideramos que el tiempo en la cocina es
tiempo perdido y por ello recurrimos, cada vez más, a platos
precocinados, a las croquetas congeladas (ya lo siento, pero en
nuestra casa, sólo consumimos croquetas “precocinadas” por mi
suegra que, dicho sea de paso, las hace extraordinarias) o a las
carnes guisadas y/o lasañas preparadas por el carnicero de
referencia. Por tanto, en lógica correspondencia, entiendo
humanamente el recurso a los precocinados pero soy de la opinión de
que como consumidores ni podemos ni debemos admitir que nos den
platos precocinados como si fuesen platos “hechos en casa”.
No creo que en Euskadi aún estemos en situación de preocuparnos
pero tampoco debiéramos ser ingenuos y olvidar que ese riesgo existe
y, lamentablemente, cada vez más evidente.
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