Rebelión en la granja
Mi
interés
por la cuestión pública
hacen que aproveche cualquier ocasión, y últimamente no me puedo
quejar, para abordar cuestiones político-electorales y como
comprenderán, la victoria de Donald Trump, es una inmejorable
oportunidad para hablar de ciertas cuestiones y de rondón, venderles
“mi mercancía”.
No
sé si mis neuronas se habrán recuperado del shock que me produjo la
noticia cuando al colocarme los auriculares para ir a correr a las
seis de la mañana, sentí un latigazo en el cuerpo al escuchar que
el impresentable del rubio tupé iba a ser el próximo presidente de
los Estados Unidos de América.
Entenderán
por tanto que llevo estos días, intentando asimilar lo inasimilable
y siguiendo con gran interés los artículos y las diferentes
valoraciones de los analistas políticos sobre qué y por qué ha
ocurrido lo que nadie presagiaba y caigo en la cuenta que, una vez
más, pecamos de soberbia y falta de empatía al creer que el mundo,
particularmente el mundo que no nos afecta directa y personalmente,
es y debe de ser, ordenado y dirigido según nuestras coordenadas
mentales y no, según las coordenadas estomacales de cada uno de
ellos. De ahí que, en los diferentes análisis, se afirme que el
nuevo presidente habla desde las tripas y dirigiéndose a las
instintos más primarios.
Pues
bien, como eminente Trumpologo, quisiera destacar que el mensaje de
Trump en el 2016 es idéntico al utilizado por Pat Buchanan en 1996,
por cierto que Buchanan y Trump fueron aspirantes a las primarias del
Partido Reformado en el año 2.000, me atrevo a apuntar algunas
causas de la inesperada victoria del magnate, pero centrándome en
las terribles consecuencias de la globalización, o mejor dicho, de
los excesos de una globalización deshumanizada y deshumanizadora en
muchísimos países tercermundistas pero también en las capas más
pobres del supuesto primer mundo.
La
globalización tiene numerosas cosas positivas pero es innegable que
el extremismo en su aplicación y la creación de unos mercados tan
inmensos donde el tamaño de las empresas es condición indispensable
para estar en el tablero, conlleva que estas grandes empresas y
corporaciones trasnacionales sean mayores y más poderosas que muchos
países y que, para no dejar ningún cabo suelto, se trabajan muy
mucho la lealtad de los gobernantes de aquellos países, en
principio, más poderosos que las propias empresas.
Los
mercados mundiales suponen, generalmente, una uniformización a la
baja en las condiciones sociales, laborales y económicas de los
empleados de dichas megacorporaciones (con la excusa de que siempre
hay algún trabajador más barato que nosotros en algún país del
sur) y por ello, es de entender, que la clase trabajadora
estadounidense harta del cierre de empresas y de los pelotazos de
Wall Street, haya optado, casi en secreto, por alguien como Trump
que les dice lo que quieren escuchar y que
recurre
a argumentos proteccionistas, como aranceles para las empresas de
otros países, aún a sabiendas que las recetas que propone y él
mismo cocina, son justo lo contrario de lo que ellos necesitarían.
Cuando
oía a Trump me acordaba de lo que ocurre en el sector agrario
mundial donde unas pocas multinacionales gestionan el futuro
alimentario de millones de personas , esquilman los recursos
naturales y el territorio de países de “usar y tirar” y utilizan
la miseria de otros muchos millones de agricultores para cuadrar las
cuentas de explotación de sus megacorporaciones dedicadas a vender
en monopolio insumos (semillas, fitosanitarios, etc.) a los
agricultores, dar de malcomer a la población mundial por precios
irrisorios a costa de la miseria rural mundial y, como diría aquel,
suma y sigue, por lo que nadie debe extrañarse de que el
gas
o la
mala
leche acumulada desborde por algún lado.
Trump,
el impresentable, ha tenido el olfato para detectar un malestar
creciente en los agricultores y rurales del interior pero también
de la clase baja y media ante los excesos de la globalización y la
insensibilidad de los gobernantes de los últimos años, ha
diseccionado el territorio electoral, ha elegido a la minoría blanca
como objetivo de su mensaje y, visto lo visto, ha sabido vehiculizar
en su favor la rebelión en la granja.
Por
otra parte, los sesudos análisis post-electorales nos hablan de la
dicotomía rural y urbana en el voto y a semejanza de lo
calificativos que se utilizan en España para llegar a comprender el
voto pepero en amplias zonas rurales (catetos, caciquismo,
conservadurismo, etc.) se tiende a denostar todo aquello que escape
de la lógica urbanita, sin caer en la cuenta que la gente del campo
vota diferente porque siente y vive diferente, porque tiene una
relación diferente con la tierra, con los animales y es por ello
que, mucha gente de las zonas rurales, no necesariamente
profesionales de la tierra, está más que harta de los sobraos de la
ciudad, de sus aires de superioridad, del afán de regular el
territorio rural y natural como si fuesen las calles de una ciudad,
de normativizar lo imposible hasta provocar la asfixia de la gente
que, teóricamente al menos, pretenden proteger y de la pléyade de
expertos en medioambiente y conservación que pretenden que la gente
del rural viva disecada y en un entorno intocable porque ellos, en su
mente cuadriculada, lo quieren así.
No
quisiera extenderme y volver a la cuestión de los caminos a las
bordas de Aralar, los ataques a la actividad forestal, a la caza, etc pero creo que estos temas son un claro ejemplo de la
desconexión rural-urbana a la que hacía alusión en el caso
americano. Esperemos que no tengamos que esperar a nuestro Trump
particular y que la sensatez llegue a los valles de abajo.
Xabier
Iraola Agirrezabala
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