El cerdo de Bilbao
Visito casi semanalmente a mi familia política por lo que no les resultará difícil comprender que tanto mi coche como yo podríamos hacer este viaje, de Legorreta a Bilbao, casi con los ojos cerrados. Como diría aquel, es el peaje (además del de la autopista) que tengo que abonar por la machada de haber logrado que una bilbaína de pro acepte vivir en un pueblito como el mío. Pues bien, en uno de estos viajes que aprovechamos para traer cargamento de tuppers y devolver los vacíos, ojiplático me quedé al observar cómo una señora paseaba por la calle con un cerdo vietnamita atado con su correspondiente collar como si fuese un perro y aunque reconozco que, aunque habitualmente suelo despotricar del trato dado a los perros, ya me he habituado a ver los perros con su gabardinita o su abriguito para combatir el frío de la calle (no vaya a ser que se enfríen al salir del confort del termostato en el hogar familiar) pero, mecagüen sos, lo del cerdo alteró todos mis adentros y me puso ...