La dulzura de Puigdemont
Anda soliviantada la caverna madrileña
con los constantes sustos que le dan los catalanes, mejor dicho los
nacionalistas catalanes, con su insistencialismo sobre el referéndum
y así mientras los tertulianos tiran de argumentos incendiarios
sobre los males que acarrearía una España rota, va el timorato
Mariano, Maricomplejines como le llama el radical Jiménez Losantos,
y llega a un acuerdo con los nacionalistas vascos que le hace un
siete y revienta las costuras del constreñido traje constitucional.
En un ejercicio de desdoblamiento, los
nacionalistas vascos, el PNV, se ha apoderado del seny catalán y
aprovechado la debilidad de Mariano para aflojarle la cartera con un
magnífico acuerdo sobre el Cupo y de paso, una serie de acuerdos no
menores, desatascar otros temas importantes como pueden ser el
tratamiento a la Ertzantza, las obras del TAV, la tarifa eléctrica
de la industria, plataformas logísticas en Jundiz y Lezo, obras
ferroviarias como la supresión de pasos a nivel, variante supersur y
en Ordizia, etc. El acuerdo ha dejado satisfechos a ambos
protagonistas y ahora sólo falta que los extremos de ambas partes,
las respectivas cavernas, se caigan del guindo y se den cuenta que ni
el acuerdo del Cupo, por muy beneficioso que sea para Euskadi, supone
ningún perjuicio para otros, ni que dicho acuerdo, para la caverna
autóctona, supone una dejación de reivindicaciones de autogobierno
que deberán ser tratadas en otros foros y en otras ocasiones.
Pues
bien, como decía, la caverna madrileña anda colérica con los
catalanes pero estos días andan relativamente contentos al creer
haber hallado una inmejorable munición contra los separatistas tras
la aplicación de un nuevo impuesto a las bebidas azucaradas que,
según dichos cavernícolas, supone un grave perjuicio para los
ciudadanos catalanes que se ven estrujados por los insaciables
dirigentes secesionistas que necesitan de recursos para su alocada
aventura soberanista y también porque supone un agravio comparativo
con respecto al resto de españoles que disfrutan de unos refrescos
más económicos.
Por
si no lo saben, la polémica generada por la Generalitat
catalana,capitaneada por Carles Puigdemont, artificialmente aumentada
por los que le tenían ganas por cuestiones políticas, viene por la
decisión de aplicar desde el 1 de abril un nuevo tributo a las
bebidas azucaradas que supondrá el cobro de 0,08 euros por litro en
bebidas que tengan de cinco a ocho gramos de azúcar por cada 100
mililitros y 0,12 euros por litro en bebidas de más de ocho gramos
de azúcar por cada 100 mililitros y que, según las previsiones
gubernamentales recogidas en el presupuesto del 2017, le supondrá
unos ingresos de 41,3 millones anuales.
Este
tributo, en su momento, ya lo quiso aplicar el propio Artur Mas
quien, finalmente, reculó ante las presiones de la industria
agroalimentaria afectada, pero ahora, los nuevos compañeros de
gabinete y las necesidades pecuniarias han sido la palanca
imprescindible para impulsar este nuevo impuesto que aliviará, en
cierta forma, las temblorosas arcas públicas.
En
esta sociedad de titulares, cortos y rápidos, los medios de
comunicación mayoritarios, mayoritariamente contrarios al proces
catalán, han incidido en el afán recaudatorio de los gobernantes y
en el enorme perjuicio ocasionado al bolsillo de los desprotegidos
ciudadanos. Ahora bien, aún reconociendo las necesidades financieras
de la Generalitat, no quisiera ser tan mezquino para ceñirme a
cuestiones meramente recaudatorias, puesto que creo el argumento base
de dicha decisión fiscal es el informe de la Organización Mundial
de la Salud (OMS), según el cual, los impuestos a las bebidas
azucaradas ayudan a reducir el consumo de estos productos y también
la prevalencia de la obesidad, la diabetes de tipo 2 y la caries
dental, es más, la propia OMS habla de que un aumento del 20% en el
precio redundaría en una reducción proporcional del consumo de
bebidas azucaradas y consecuentemente, una reducción de la ingesta
de «azúcares libres» y de la ingesta calórica total, una mejor
nutrición y una disminución en el número de personas que presentan
sobrepeso, obesidad, diabetes y caries dental. ¡Ahí es nada!
Ahora
bien, no debemos olvidar que dicho informe también recoge otras
propuestas de ámbito fiscal y así, mientras recomienda extender la
aplicación de impuestos a alimentos ricos en azúcares libres
(aprobada ahora en Cataluña) a otros alimentos ricos en grasas
saturadas, ácidos grasos trans, y sal, no es menos cierto que
también recomienda subvencionar frutas y hortalizas para reducir su
precio entre un 10 y un 30% para aumentar consiguientemente su
consumo.
No
sé, estimados lectores, qué les parecerá este nuevo objetivo
alimentario-nutricional-sanitario de la política fiscal pero
tenemos que ser conscientes de que la política fiscal como
herramienta para el logro de determinados objetivos sociales,
políticos y económicos es una herramienta realmente poderosa y
mucho me temo que, más aún tras haber escuchado las palabras de los
expertos en la materia reunidos hace poco en Valencia en los Diálogos
sobre Nutrición y Sistemas Alimentarios Sostenibles, la vinculación
entre la alimentación y la salud y, por consiguiente, la política
alimentaria pública y la política pública de salud, irá creciendo
progresivamente, más aún en una sociedad moderna y rica como la
nuestra donde el bienestar personal es uno de los máximos objetivos
de todos nosotros.
Eso
sí, en esta sociedad del bienestar y donde la mitad de la población
sufre malnutrición, bien sea por desnutrición o por
sobrepeso-obesidad, no debemos pasar por alto los preocupantes datos
estadísticos que recogen que el
39,3 % de los españoles sufren sobrepeso y el 21, 6 obesidad y que
el aumento de la obesidad
es uno de los retos de la salud pública ya
que se asocia a mayor mortalidad, discapacidad y deterioro de la
calidad de vida y que este hecho, tiene una relación directa con el
aumento del gasto sanitario, al ser un factor de riesgo de
enfermedades como la diabetes
mellitus tipo 2,
las enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.
Por
ello no me extrañaría nada que en próximos debates y encuentros de
la materia se comience, si es que no lo están haciendo ya, que los
impuestos directos e indirectos (IVA) de los alimentos y bebidas sean
realineados en función de su ubicación en la pirámide nutricional
y en función de los beneficios que aporten a la salud, tanto
personal como pública.
Xabier
Iraola Agirrezabala
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