Ramón el auténtico
No quisiera ser como Vicente, el del dicho popular, que va donde la
gente ni meterme en fregados que no domino (la verdad sea dicha, no
domino ninguno) pero cada vez es más frecuente leer, ver y escuchar
voces que alertan sobre las nefastas consecuencias del turismo masivo
y masificado. Quizás pensando en lo que viene ocurriendo en otras
grandes ciudades, Barcelona por ejemplo, son muchos quienes ya han
encendido las luces de alarma sobre lo que está ocurriendo o puede
ocurrir en muy poco tiempo en una ciudad tan bella como Donostia y se
ponen a enumerar las terribles consecuencias, principalmente el
fenómeno de la gentrificación, que ello conlleva para la población
local.
Pues bien, como decía, no quisiera caer en la simpleza de atacar
porque sí el modelo turístico masivo pero sí aprovechar la
coyuntura sobrevenida a la vuelta de unas pequeñas vacaciones en
tierras lusas para apuntar una serie de reflexiones que me vienen a
la cabeza nada más hacer un breve y somero repaso mental del viaje.
En primer lugar, me viene la inusitada fuerza del turismo low cost,
un turismo de bajo coste donde el turista opta por el vuelo más
barato elegido en una maléfica plataforma digital comparativa, de
esas con las que nos abrasan publicitariamente para que comparemos
los precios de viajes, hoteles, seguros, etc; consiguientemente,
acomodarse en un establecimiento hotelero o piso vacacional low cost
(¡total, con una cama y una ducha, más que suficiente!) y
finalmente, para acabar de cerrar el círculo, una alimentación low
cost, para salir del paso, a base de comida fast food o platos
combinados de corta-pega que te imposibilitan saber si estás en
Bilbao o en Indonesia.
La gente, con el mismo dinero, quiere (queremos) hacer muchas más
cosas y por ello, la cuestión es la destreza con que estiramos el
alcance del dinero, sacar leche a un palo como se dice coloquialmente
y así poder vestir, chatear, viajar, esquiar, vacacionar y otras
muchas cosas a la última, ¡no faltaba plus!, pero, alimentarnos,
¡casi a la última!.
Otra característica de estos viajes es la prisa.
Mientras no hace
muchos años para conocer una ciudad o comarca empleábamos al menos
15 días, hoy, lo que impera es atragantarse de urbe durante 3-5 días
y por ello, los turistas ni conocen ni disfrutan de lo visitado sino
que vuelan en tours preorganizados, autobuses turísticos con
pinganillo autoguía, de un lado para otro, haciendo kilómetros e
incluso, los hay más osados que se atreven a hacer desesperantes
colas en aquellos cuatro o cinco monumentos, ineludibles, si quieres
volver a casa con algo para contar o si quieres “hacerte una idea”
de la zona visitada.
La ingente cantidad de personas que sobreviven hacinados en pasillos
y colas de aeropuertos, el overbooking y la acumulación de carne
humana en aviones y buses infestados me hacen pensar en la creciente
y asfixiante normativa sobre bienestar animal en el transporte que
genera imparablemente la maquinaria legal de Bruselas y llego a la
conclusión que, en bastantes casos, algunos animales cuentan con
condiciones mejores que muchos de los millones de turistas que
pululan por el mundo por lo que, más les valdría a los tecnócratas
comunitarios levantar la vista y fijarse más en estos millones de
turistas necesitados de mayores condiciones de bienestar en el
transporte.
Por otra parte, con el turismo masificado, se generaliza lo
impersonal y el anonimato, la falta de trato personalizado y así,
contratamos impersonalmente con una plataforma comparativa, hacemos
el checking en nuestro propio domicilio, si tenemos algún problema
somos atendidos por unos impersonales telefonistas robotizados y , en
muchos casos, nos hospedamos en hostels donde con una simple tarjeta
accedemos a todos los sitios sin necesidad de contactar con nadie.
Finalmente, la constatación de un conjuro globalizador que provoca
que el comercio y la hostelería dominante sea la misma en Donostia
que en Lisboa o Nueva York, con decenas de tiendas franquiciadas
manejadas por cuatro magnates o fondos de inversión, y la
aniquilación de toda taberna, tasca o barucho con personalidad
propia, autenticidad y con menús y platos que van más allá del
fast food y del plato combinado y donde poder degustar una
gastronomía propias fundamentada en sus productos agrarios locales,
este fenómeno globalizador-uniformizador es el que me trae a la
memoria a mi amigo Ramón, que a sus 80 años pasados, escapa como el
gato del agua de todas estas franquicias y busca afanosamente esa
pequeña tasca donde además de huir de ostentaciones y falsos
formalismos, poder conversar con el tabernero local y degustar los
productos locales.
¡Quizás alguien piense que Ramón es un tipo raro-raro pero en mi
opinión, es un tipo auténtico que lo único que busca es eso,
autenticidad!
Xabier
Iraola Agirrezabala
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