No lo sé, No me consta, Lo desconozco
Hace un año murió mi padre,
exhausto tras diez eternos años de convivir con el señor Alzheimer. Lo que
comenzó como un simple de olvido de llaves acabó del todo con su frágil memoria
y se nos fue tras haber olvidado cómo se masticaban los alimentos y, lo que es
peor, algo tan simple, como el hecho de respirar.
Hoy, un año después, cuando me
dispongo a darles un respiro en la sufrida labor de leer mis filípicas
semanales, la cuestión del olvido, paradójicamente, me vuelve con inusitada fuerza al observar
cómo numerosos mandamases populares han caído en las garras del señor
Alzheimer, al menos, si son ciertas esas profundas lagunas en la memoria que
muestran públicamente cuando el fiscal les interroga por las numerosas
tropelías cometidas por ellos y/o por gente, hasta hace bien poco, cercanas. Para
suerte de ellos, incluso, sus esposas, muy al contrario de la mía, parecen
desconocer todo lo que hacen sus maridos.
Todos ellos recurren al “No lo
sé, No me consta, Lo Desconozco” como estribillo de la canción de moda del verano porque son sabedores, tristemente,
que dichas tropelías ya están políticamente amortizadas y que las nuevas
denuncias, por muy numerosas y escandalosas que sean, irán como las facturas de
los malos pagadores, “al clavo”.
Ahora bien, el olvido y el
desconocimiento, cuando no gilipollez, no es exclusiva de éstos visitantes de
la Audiencia Nacional, puesto que en caso contrario es difícil de asimilar que
16.500.000 de yanquis crean que la leche con chocolate proviene directamente del
ordeño de esas vacas marrones que, para más INRI, en su gran mayoría, tienen
orientación cárnica y que además, un 48%
de los encuestados por el Centro de Innovación Láctea de EEUU admite desconocer
el origen real del batido de chocolate.
Por otra parte, quizás no tan
escandaloso pero sí más dolorosa me resulta la actitud de los máximos
responsables políticos de la Junta de Castilla y León que hace pocos meses,
siendo interpelados para conocer su posicionamiento frente a la macrogranja
para 20.000 vacas impulsada por la cooperativa navarra Valle de Odieta, respondieron
que se posicionarían una vez conocido el proyecto del que no tenían más
información que la publicada por la prensa. Pues bien, aunque a los de la Junta
“no les conste”, sus impulsores piensan presentar este verano el proyecto para una
primera fase que, “únicamente”, albergará 4.200 vacas y todo ello, según nos
quieren hacer creer, sin que haya habido un intenso trabajo de cocina previo
entre impulsores y Junta de Castilla y León, a la postre, la que deberá aprobar
y subvencionar dicho proyecto cuando todo el mundo es conocedor que ningún
empresario, empezando desde el más pequeño de los agricultores hasta la mayor
de las multinacionales, redacta su proyecto empresarial sin, previamente, haber
pasilleado y contrastado la viabilidad técnica, ambiental y política de la
iniciativa.
El desconocimiento de algunos y
la malintención de otros parecen campear, en proporciones idénticas, en los procesos negociadores que desembocan en los
numerosos tratados comerciales que se van firmando, a diestro y siniestro,
entre los diferentes gobiernos y bloques continentales confluyendo así las
expectativas de pingues beneficios de unos por la imparable apertura de nuevos
mercados y con ello, el acceso a millones de nuevos y potenciales clientes con
el desconocimento-ignorancia-buenismo de los otros. Todos estos acuerdos
comerciales, como se imaginarán están sustentados por sesudos informes y
proyecciones económicas, en la mayoría de los casos, encargados de parte y que,
una vez rubricado el acuerdo arden fenomenalmente en la chimenea de alguna
mansión mientras brillan por su ausencia los estudios a posteriori que analicen
las consecuencias de los tratados anteriores y se extraigan las conclusiones a
tener en cuenta en las siguientes negociaciones y es por ello que ha me ha
sorprendido gratamente que dos prestigiosas universidades, como Oxford y
Stanford, hayan hecho un estudio sobre
las consecuencias sanitarias del acuerdo comercial NAFTA suscrito entre EEUU y
Canadá allá por los años 90 concluyendo que la salud de los canadienses ha
empeorado notablemente, “únicamente”, por un pequeño detalle de la letra
pequeña en dicho tratado como era la reducción desproporcionada en los
aranceles de ciertos edulcorantes que provocó lo que llaman un efecto de
sustitución peligrosa como es el caso de sustituir los azúcares de caña o
remolacha por un jarabe de maíz de alta (casualmente, suministrada por la
industria alimentaria yanqui)que, a la postre, ha conllevado que una década después, se haya
triplicado el consumo diario de calorías, la diabetes se haya duplicado y
triplicado, como quien no quiere, la obesidad de los canadienses. Por ello, visto
lo visto, nadie debería alegar desconocimiento, en el momento de firmar algo
con estos personajes.
Como verán el olvido y el
desconocimiento se expanden por todos los lares, ahora bien y volviendo a la
experiencia de mi padre, tengo la pequeña esperanza de que esos responsables a
los que todo se les olvida pasen, como le ocurrió a mi padre, por la fase de la
desinhibición donde pierden el control de sus palabras y los ciudadanos de a
pie, los de la plebe, podamos conocer lo que realmente ha ocurrido y así
enjuiciar a sus responsables.
Xabier Iraola Agirrezabala
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