La placa de la Diputación
Mi
mujer y amigos están advertidos que yo no me voy de este mundo sin
cumplir los 100 años para así poder ser enterrado con mi merecida
placa conmemorativa que suele dar la Diputación. Lo que empezó
siendo un chiste entre amigos y familiares va cogiendo visos de
realidad y tanto es así que ya he llegado a la mitad del trayecto y
por lo tanto, debo ir preparándome para el ansiado momento.
No
obstante, cada vez que me alegro al imaginar lo guapo que estaré en
mi caja, repeinado, con el traje de domingo y con mi plaquita entre
mis dedos, siempre tiene que haber alguien que me fastidie el día y
así, últimamente, son muchos quienes pretenden amargarme mi
momentico recordándome las penurias que vamos a pasar nuestros
últimos años con la reducción de las pensiones y lo crudo que lo
tendremos si no ahorramos un poco más para complementar,
privadamente, la recortada pensión pública.
Muchos
de estos gafes, aunque no lo digan públicamente y aparezcan
anunciados como expertos “neutrales” de la materia, lisa y
llanamente, son portavoces de agentes, entidades y demás
corporaciones directa e importantemente interesadas que contratemos
un plan de pensiones pero convendrán conmigo que son amplia mayoría
los que no pueden contratar este tipo de complementos porque no
tienen dónde rascar y por ello, estos últimos deberán consolarse
con la generosidad de nuestra ministra Bañez que ha anunciado, como
si fuese el recopón de la baraja, la revalorización de las
pensiones del sistema de la Seguridad Social con un incremento de,
¡agárrense que viene curva!, un 0,25% para este 2018 que puede
suponer unos 2 euros con lo que, ¡no se vayan a quejar!, da para
comprar una hamburguesa en McDonalds por 1,50 euros (omito mis
calificativos sobre esta promoción) y además, le sobran otros 50
céntimos para caprichitos, porque, hasta los pobres tenemos derecho
a darnos un caprichito.
Dejando
la ironía a un lado me gustaría abordar la cuestión de los
mayores-pensionistas-jubilados en el sector primario y lo digo,
ironías aparte, porque en España, según un informe del FEGA, hay
un 38,78% de los perceptores de ayudas directas de la PAC que son
mayores de 65 años (36,47% en Euskadi y un 47,73% en Nafarroa), es
decir, son oficialmente jubilados aunque la realidad del campo nos
demuestra que la inmensa mayoría de la gente del campo no se jubila,
porque así lo quiere o porque lo necesita, y que muere con las
katiuskas puestas. Si miramos con más detalle el informe del FEGA,
el porcentaje de jubilados desciende hasta un 20% en los fondos del
segundo pilar de la PAC, muchos de ellos, vinculados a la inversión
y con un objetivo final, más allá de lo que uno haya podido
cultivar y/o criar en años o décadas previas.
Este
simple diferencial, del 20% en el segundo pilar al casi 40% del
primero, nos da una pista de lo que ocurre, de la existencia de miles
de agricultores que tanto cultural pero sobretodo económicamente,
requieren de su actividad agrícola, por muy pequeña que resulte,
para percibir las ayudas PAC y así poder complementar su paupérrima
pensión, una pensión que en muchos casos ni llega al Salario Mínimo
Interprofesioonal y apenas supera lo que oficialmente está
reconocido como el umbral de pobreza en España. Ahondando en esta
tesis, esta misma semana una organización agraria valenciana acaba
de publicar un estudio que revela que la pensión media de los
agricultores jubilados es un 59% más baja que la pensión media del
resto de trabajadores. ¡Ahí es nada!.
Si
analizamos los datos que recoge este informe del FEGA se puede llegar
a comprender los recelos que albergan los responsables políticos, de
todos los partidos políticos y todos los niveles administrativos,
cuando ven que, cada vez que quieren focalizar los fondos
comunitarios entre los perceptores que todos calificamos como
profesionales, cerca de la mitad de los perceptores pueden quedarse
fuera de ese reparto y que la inmensa mayoría de ellos,
pensionistas, se quedarían sin ese complemento de pensiones que
supone, para muchos de ellos, el cobro de la PAC y consiguientemente,
ante una posible revuelta socio-electoral, optan por mantener el
status-quo. Mi amigo Jorge suele referirse a este fenómeno como la
RGI (Renta de Garantía de Ingresos) AGRARIA y algo similar llegó a
reconocer recientemente una eurodiputada popular en un debate sobre
el futuro de la PAC porque lamentablemente tenemos que reconocer, que
hemos tocado hueso y que tenemos sobre la mesa los síntomas de una
enfermedad que no es otra que la miserable pensión que cobran
nuestros agricultores al jubilarse.
Mientras
tanto, con unos jubilados que se resisten a retirarse, a todos,
empezando desde los políticos, burócratas y agricultores, se nos
llena la boca hablando de la necesidad de promover el relevo
generacional en el agro pero las cuestiones de fondo siguen sin
resolverse y además, se han adoptado medidas tan perjudiciales como
la eliminación de la línea de prejubilaciones que contemplaba hasta
hace unos años la PAC y para más INRI, el actual reglamento
contempla y/o apunta la posibilidad de establecer unos pagos anuales
para compensar a aquellos agricultores mayores que cedan su
explotación a algún joven pero, por lo que he podido averiguar,
esta medida no se ha aplicado en ninguna Comunidad. ¿Será que
ninguna de las Comunidades Autónomas necesita rejuvenecer su sector
agrario o será que las arcas públicas están aún más fastidiadas
que las de los agricultores jubilados a los que queremos sacar de
este tinglado y que puedan, de una vez por todas, tomarse el merecido
descanso?. Espero su opinión.
Xabier
Iraola Agirrezabala
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