Incoherencia plastificada





Sorpresa, cuando no indignación, es el sentimiento que me aflora cada vez que veo en algunos comercios, sobretodo en esos puntos mal llamados comercios de oportunidad, una pieza de fruta embolsada o embandejada con su consiguiente cierre plastificado. Incluso, he podido ver en redes sociales, una naranja pelada que viene en su envase plástico donde, obviamente, se alude a su facilidad de consumo al no tener que ser pelada. Por ello, no me extraña nada y comulgo plenamente con la impactante campaña “Cero Plástico” impulsada esta semana última por diversas entidades y colectivos conservacionistas con la que pretenden concienciar a la sociedad de las perniciosas consecuencias que tiene nuestra desaforada utilización de plásticos de un único uso y consecuentemente, reducir el uso de dichos plásticos.

Al ver las terribles imágenes de playas y océanos anegados de plástico se nos encoge el alma, dos minutos a lo máximo, y rápidamente cambiamos de cadena o noticia puesto que estas terribles noticias, a semejanza con los que nos ocurre al ver imágenes de niños famélicos en la tele mientras nuestras mesas rebosan de alimentos, apelan a nuestra conciencia y normalmente, esta apelación suele resultar molesta, o cuando menos, incómoda. Por ello, cuando vemos las playas y mares plastificados aliviamos nuestras conciencias echando las culpas a las industrias agroalimentarias, a las cadenas de distribución o sobretodo, a los gobiernos de turno que no regulan para que dichos plásticos desaparezcan. Eso sí, luego, cuando vamos a la tienda, olvidado el retortijón de tripas que nos produjeron las imágenes de las playas, mares y ríos plastificados, optamos por alimentos y productos alimentarios en función de su comodidad para su posterior consumo y gestión doméstica.

El mismo consumidor que se escandaliza con las imágenes “plastificadas” es el que compra los tomates embandejados, las zanahorias plastificadas, el queso en porciones individualmente plastificadas, las ensaladas embolsadas o las patatas cocidas, cortadas y envasadas al vacío para hacer la tortilla de patatas o ensaladilla rusa. Paradójicamente, somos así de incoherentes.

Decimos no tener tiempo para cocinar ni alimentarnos mientras consumimos un par de horas diarias en las diversas pantallas que tenemos en casa y por ello recurrimos a alimentos precocinados que, obviamente, vienen envasadados en más plástico. Todo ello conlleva que la industria agroalimentaria, desde el más pequeño de los baserritarras que lleva al mercado su verdura, cortada y pelada en su bolsita para elaborar rápidamente una riquísima menestra hasta la más grande de las industrias que prepara productos de quinta gama y/o innovadores, todos ellos, plastificados en mayor o menor medida y al mismo tiempo, esos baserritarras, cooperativas e industrias innovan y refuerzan aquellos proyectos que vayan alineados con el vector de conveniencia–comodidad que es, según todos los informes, uno de los vectores más importantes en la decisión de compra.

Soy consciente que los diferentes gobiernos pueden hacer mucho impulsando legislación tendente a disminuir el uso de plástico en los envases alimentarios y que las propias empresas agroalimentarias y cadenas de distribución podrían hacer bastante más de lo que hacen adoptando esta teórica reclamación generalizada de menor plastificación, ahora bien, todos y cada uno de nosotros debemos saber que el principal motor del cambio que, al menos teóricamente, decimos defender depende, principalmente, de cada uno de nosotros y especialmente, de nuestras decisiones de compra y hábitos de consumo.

Al igual que me refiero a la cuestión de los plásticos me puedo referir a otras muchas cuestiones y como muestra de nuestras incoherencias, señalar únicamente el fuerte respaldo que tiene teóricamente la venta directa, los mercados de productores y las ferias mientras, salvo excepciones, los mercados diarios locales languidecen y sobreviven gracias a una clientela, mayormente, octogenaria y como segundo ejemplo, valga mencionar la gran simpatía que despierta el consumo de leche fresca mientras la venta de leche pasteurizada, tanto en brik como en bolsas y en las maquinas expendedoras, desciende hasta cifras inapreciables para las estadísticas utilizadas en el retail.

Termino, una vez más, repitiéndome más que la morcilla. La política agraria la dirige el consumidor cada vez que hace un acto de compra y cada vez que elige un producto autóctono o foráneo, cada vez que consume leche fresca o esterilizada, cada vez que acude a un mercado o compra en una gran superficie u on line, cada vez que compra productos frescos o precocinados, etc.

Algo parecido, sino idéntico, viniendo a la cuestión del plástico, ocurre con la política ambiental. Por ello, hagamos examen de conciencia y luego, hablamos. ¿Vale?


Xabier Iraola Agirrezabala


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