Resignación cristiana
Vuelvo de la gélida
Vitoria-Gasteiz de participar en el lanzamiento en Euskadi del Decenio de la
Agricultura Familiar. Una Agricultura Familiar que ha pasado, al menos política
y públicamente, de ser un anacronismo incompatible con el libre y moderno
mercado a ser, actualmente, una de las claves en la lucha para el cumplimiento
de los Objetivos de Desarrollo Sostenible integrados en la Agenda 2030 de la ONU.
Según cuentan los que de ello
entienden, el 80% de los alimentos son producidos por la agricultura familiar
pero al mismo tiempo son agricultores familiares el 80% de los pobres del mundo
mundial. Por lo tanto, aplicando la regla de tres que aprendimos de pequeños,
impulsar la agricultura familiar mejorando su productividad, rentabilidad y
sostenibilidad es el camino más directo y eficaz para abordar los principales objetivos
como pueden ser el fin de la pobreza, el hambre cero, el trabajo decente y
crecimiento económico, la reducción de desigualdades, ….
Pues bien, como decía, he
participado esta semana en este acto en pro de la Agricultura Familiar pero
vuelvo algo preocupado al comprobar que, una vez más, soy considerado por unos
cuantos como el pepito grillo del sector, ósea, un verdadero agrotokapelotas
que, según me sugieren veladamente, critico a diestro y siniestro con la
libertad (o irresponsabilidad) de quién no tiene responsabilidad pública
alguna. Me apena que algunas personas, con grandes e importantes
responsabilidades, consideren que el objetivo último de mis escritos y
declaraciones sea criticarles por el mero placer de jugar a inquisidor mayor
del reino. Nada más lejos de la realidad.
Los hay que saben captar la
trastienda de mis escritos. Los menos, tengo que reconocerlo y por ello no
puedo olvidarme de casos como Jesús Sarasa, ex presidente la todopoderosa cooperativa AN
(Agropecuaria de Navarra) quien en un Congreso de Cooperativas celebrado en
Valencia allá por febrero del 2015 tuvo la delicadeza de leer parte de mi
artículo “¿Agricultura sin agricultores?” que publiqué una semana antes. En
dicho artículo aludía a la imparable transformación del sector primario estatal
donde el tradicional sector productor conformado por miles de agricultores y
ganaderos, mayoritariamente autónomos y de estructura familiar, está siendo lamentablemente sustituido por una prole de
empleados-subordinados a las ordenes de empresas agroalimentarias, fondos de
inversión y/o cadenas de distribución que, con el objetivo de garantizarse la
materia prima para sus fines empresariales en forma, cantidad y precio por
ellos establecidos, optan por un modelo industrial donde ni el capital ni el
empresario ni muchos de los empleados están enraizados en el territorio.
Empresas fruteras que compran
cientos de hectáreas que explotarán con una prole de migrantes, empresas
integradoras donde el ganado está estabulado y los empleados, migrantes en su
mayoría, son transportados en bus granja por granja, cadenas de distribución
extranjeras que adquieren cientos de hectáreas para asegurarse la materia prima
con la que llenar sus estanterías, .. y así, suma y sigue, en un modelo donde
el factor humano, el productor, el emprendizaje autónomo y el enraizamiento de sus
familias y con ello la supervivencia de los pueblos rurales son considerados
como factores de segunda frente al todopoderoso mercado y los dividendos de los
accionistas.
Recurro a aquel artículo que
escribí en febrero del 2015 porque quisiera darles cuenta del informe que ha
publicado la organización agraria estatal COAG que ha titulado “La uberización
del campo español” y en el que de una forma más extensa, más profesional y
ordenada aborda las cuestiones que yo apuntaba en mi articulillo de hace casi 5
años. En este informe se apunta a un sector primario estatal cuyas cifras
macroeconómicas son impresionantes mientras las cifras chiquitas, a semejanza
de lo que ocurre con la letra pequeña de las pólizas de seguros, nos muestran
algo muy diferente y la verdadera cara del sector productor que vive asfixiado
y en una precariedad constante. Se habla del innegable desequilibrio en la
cadena alimentaria donde los productores, tan numerosos como pequeños y
desunidos, son fagocitados por los eslabones minoritarios pero mucho más
potentes. Se trata sobre la creciente entrada de capital externo al sector
primario adquiriendo tierras y estructuras a precios desorbitados para el común
de los productores pero fácilmente asequibles para este capital, como es de
suponer, capital hambriento de dividendos, tan suculentos como rápidos.
En fin, les invito a leer este
informe de COAG, reflexionar y sacar conclusiones. Por cierto, conclusiones y
acción es lo que esperamos de nuestros responsables políticos, especialmente de
los de administraciones superiores con responsabilidades en cuestiones más
globales para que dejen de lado la resignación cristiana con la que afrontan
los embates del todopoderoso libre mercado y se pongan manos a la obra a
regular y normativizar a favor de un modelo de agricultura familiar, a favor de
una cadena alimentaria más equilibrada, a favor de un mercado de la tierra que
facilite el acceso de los jóvenes, etc.
Hace unos meses en la sede de la
FAO en Roma aludí a la descompensación existente entre la agricultura familiar
que todo Dios dice defender y la agroindustria que nadie dice defender y de la
que muchos reniegan públicamente, descompensación a favor de ésta última a
consecuencia de la poderosa inercia del libre mercado. Pues bien, es tiempo de
que nuestros responsables políticos reaccionen y trabajen (regulando y
legislando) a favor de la agricultura familiar que es mayoritaria en nuestro
país.
Xabier Iraola Agirrezabala
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