Agricultura sin agricultores, segunda parte.
Para un Paco Martínez Soria como
yo, de un pueblo pequeño, ir a una ciudad tan inmensa y cosmopolita como Madrid,
te empequeñece, te jibariza y te sitúa en una realidad ajena a tu día a día,
pero que, te guste o no, existe. Miles de personas, yendo de acá para allá, corriendo,
deprisa, apelotonados en el metro, etc. en fin, nada envidiable.
Acudí, acompañado de mis compañeros
de fatigas, al undécimo congreso de la UPA, Unión de Pequeños Agricultores, que
se celebró los días 19 y 20 y donde la organización agraria, renovaba sus órganos
de dirección, personalizado, en el relevo del secretario general Lorenzo Ramos,
el bonachón extremeño, por el jienense, Cristóbal Cano, que, por lo poco que le
conozco, preveo desarrollará un buen trabajo.
El Congreso se celebró bajo el
lema “Futuro. Agricultura y Ganadería Familiar” y fue un auténtico éxito tanto
de organización, como de convocatoria y de eco mediático. Un éxito al que es difícil
sacarle un pero, aunque no imposible, puesto que también tuvo su punto negro al
invitar, el miércoles a la exministra Teresa Ribera y el jueves, al secretario
de estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, una ofensa, a mi entender, para todos
los ganaderos que sufren los ataques del lobo. Ya perdonarán mis amigos de UPA,
pero si no lo digo, reviento.
Como decía, la Agricultura Familiar
fue tanto el lema como el eje de los discursos de todos los oradores, algo
coherente, con la trayectoria de los últimos años de esta organización que es
miembro del Foro Rural Mundial, verdadero impulsor del término y de la filosofía
de la agricultura familiar frente a otros modelos de sector primario y especialmente,
ante lo que se viene llamando la agricultura industrial.
Al igual que ocurre en el deporte,
en la política o en otras facetas, la derrota es huérfana ya que nadie la reivindica
o la reconoce como suya, mientras la victoria, tiene infinidad de padres y
madres que se ufanan de su autoría. Pues bien, algo parecido le ocurre a la
agricultura industrial, nadie la reconoce como suya, nadie saca pecho orgulloso
de practicarla, pero son muchos los que la practican, porque, al parecer, es
sumamente rentable económicamente para sus empresarios y gestores. La
agricultura familiar, por su parte, sí cuenta con miles de personas y familias
que la reivindican como suya, aunque en muchos casos, económicamente, deja
bastante que desear y porque todos ellos, son conscientes que la actividad
agropecuaria, es algo más que economía. Orgullo rural, que decía el gran
Lorenzo.
En este Congreso, por cierto, se escuchó,
y mucho, la expansión de los fondos de inversión en la agricultura estatal y su
empeño en ir acaparando miles de hectáreas de tierras agrarias para así, poder
satisfacer, las crecientes previsiones de necesidad de alimentos, a nivel mundial,
en las próximas décadas. Un modelo que producir, produce, pero ni ancla
población rural, ni tejido social y que nos aboca, a pasos forzados, a una
agricultura sin agricultores, tal y como, escribí en otro artículo de
Kanpolibrean, allá por febrero de 2015.
El envejecimiento de los titulares
de las explotaciones y la falta de relevo generacional hace que se acelere la
compraventa de fincas agrarias y es ahí, donde los grupos familiares más
empresariales y los fondos de inversión están arramplando con las hectáreas sin
continuidad asegurada. Al parecer, la inversión de estos fondos aumentó un 20%
en 2022 respecto al año anterior hasta los 1.000 millones de euros, un 150%
frente al 2021 y al parecer, en 2023, se ha duplicada esta cifra.
Personalmente, viendo que esta
incursión de grupos empresariales y fondos de inversión en la agricultura es
algo generalizado en el panorama internacional, incluso en el país de la
agricultura familiar por excelencia como es Francia, creo que debiéramos fijarnos
más en los retos que afrontan las explotaciones familiares y como dotarles de
herramientas para salir adelante en un sector primario donde la rentabilidad,
cada vez más, dependerá del tamaño y de la economía de escala y donde, en
consecuencias, las explotaciones de escala familiar, son expulsadas automáticamente del mercado.
Eso sí, como decía, al inicio,
los consumidores saben qué modelo de agricultura quieren, por ello, reivindican
la agricultura familiar frente a los modelos industriales mientras las industrias
alimentarias y también las cadenas de distribución, que con su práctica diarias
y sus reglas de juego abren las puertas al modelo industrial, son sabedores de las
querencias del consumidor y por ello,
unos y otros, industrias y cadenas, se cuidan muy mucho, de publicitar sus
alimentos y productos alimentarios con la presencia de agricultores,
familiares, apegados a la tierra, en su pueblo, frente a los grandes inversores
que viven, mayoritariamente, en ciudades por ejemplo, como Madrid.
En fin, reivindiquemos, con orgullo,
un futuro prometedor para la agricultura, la actividad forestal y la ganadería
familiar. Nuestro futuro, y el de nuestros pueblos, va en ello.
Xabier Iraola Agirrrezabala
Posdata: Hoy, 23 de febrero, hace 61 años, mi queridísima
suegra parió una persona muy especial, a mi cuñado Aitor, que aún siendo Síndrome
de Down no tiene un pelo de tonto. Zorionak!!
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