Amores que matan
De pequeño,era bastante frecuente llegar con retraso a clase porque
un buen grupo de nosotros nos distraíamos con el espectáculo que
protagonizaba Nicolás, uno de los carniceros locales, al sacrificar
alguna vaca en el matadero local; veaíamos el animal colgado de la
cadena dentro del matadero puesto que la puerta estaba totalmente
abierta y así, además del animal colgado, podíamos ver cómo las
visceras se desparramaban por la acera. Como se podrán imaginar este
espectáculo seria impensable en la actualidad en una sociedad tan
habituada al celofán, al acero inoxidable y a la limpieza inmaculada
y donde la gente espera que matemos los animales a besos. Por cierto,
el matadero local, junto al centro escolar, cerró hace muchos años
y en el pueblo, de los cuatro carniceros de aquellos entonces, Jexux,
Venicia, Rosa y Nicolás sólo queda una única carnicería, la
carnicería del hijo del último. Aunque lo que les cuento parezca el
cuento del abuelo Cebolleta, les aseguro que es la realidad de no
hace tantos años (yo, aunque rozando, no llego al ecuador de mi
vida) y me puedo imaginar que algo parecido habrá ocurrido en muchos
de los pueblos y ciudades de usted, estimado lector.
En estos últimos años, el sector cárnico, a semejanza de otros
muchos subsectores, ha sufrido un cambio tan radical que no hay quién
lo reconozca y así tenemos que se ha reducido drásticamente tanto
el número de carniceros como de ganaderos (autónomos ambos)
mientras ha aumentado el número de intermediarios comerciales que se
afanan en prestar el mejor servicio a los carniceros y de paso,
quedarse con parte del margen que, dicho sea de paso, va menguando
imparablemente.
En esta tesitura, cada vez menos ganaderos pero con más cabezas (por
lo tanto, con más trabajo en la cuadra) y los cada vez menos
carniceros, que dado el descenso de consumo de carne han tenido que
diversificar sus ventas para acabar siendo pequeños super o
delicatessen, ven cómo la relación entre ambos eslabones de la
cadena cárnica se va debilitando y la distancia entre ambos
creciendo de tal forma que, en algunos casos, podemos observar
actitudes que denotan la falta de objetivos comunes.
Por ello, cuando la distancia entre ganadero y carnicero va creciendo
y la vinculación entre ambos menguando, crecen como champiñones los
comerciales de la carne, muchos de ellos verdaderos profesionales de
la cosa, pero también abundan comerciales de ética despistada que
lo mismo les da comerciar con carne que con alpiste, comerciales que
además de importar carne foránea de diferentes comunidades
autónomas y países del mundo mundial pero que son capaces de
ofrecer un servicio, personalizado, pormenorizado y adaptado a un
carnicero que, como decía anteriormente, cada vez vende menos carne
al corte y más productos cárnicos transformados y mayor oferta de
productos no cárnicos, pero ojo al dato, porque últimamente observo
que estos mismos comerciales son capaces de fomentar carnicerías
franquiciadas para asegurarse la clientela del futuro, al mismo
tiempo que hacen la competencia al pequeño carnicero de la esquina.
Además, para más INRI para los carniceros, ....
las cadenas de
distribución están adaptándose a los nuevos hábitos y han optado
por formatos de tienda más pequeños, formato supermercado,
imbricado en la trama urbana de nuestras ciudades y han reforzado su
oferta de producto fresco (hortalizas, fruta, carne, etc.) y producto
local como reclamo del consumidor hacia sus establecimientos con lo
que se ha convertido así, como quién no quiere, en claro competidor
de nuestros carniceros.
En este complejo panorama ambos eslabones de la cadena, ganaderos y
carniceros, pueden optar por soluciones personales y muchas veces
antagónicas, pensando únicamente en el corto plazo (la edad media
de ambos colectivos también favorece esta actitud) y sin caer en la
cuenta, a mi modo de ver al menos, que sólo desde planteamientos
colectivos llegarán las soluciones para ambos colectivos por muy
antagónicos e incompatibles que actualmente nos parezcan.
El ganadero debe asegurarse que las pequeñas carnicerías pervivan
en el tiempo de la forma más potente posible y aunque sólo sea por
un sano egoismo y para no llegar a depender en exclusiva de la gran
distribución (actualmente favorable al producto local) y las
pequeñas carnicerías, carnicerías tan familiares como lo son sus
ganaderos proveedores, deben caer en la cuenta que su principal valía
reside, además de un trato cercano y profesional, en una carne de
calidad y cuyo origen autóctono suscita la adhesión del consumidor
que busca algo más que el factor precio.
Ambos colectivos, en vez de dedicarse esos besos que matan que se
vienen dedicando, debieran compartir diagnóstico y plantear
alternativas comúnes y por ello considero que la estructuración del
sector ganadero en comerciales de base cooperativa (con o sin
participación del gremio carnicero) es la solución tanto para el
ganadero, sin depender al 100% de ningún carnicero individual o
cadena de distribución, como para el carnicero que obtendrá el
servicio adaptado a la nueva realidad y a los nuevos hábitos de
consumo al mismo tiempo que garantiza la calildad, cercanía y el
origen autóctono de la carne que sirve a su clientela.
Lamentablemente, compruebo que la realidad va por otros derroteros y
observo ganaderos que van por libre, sin caer en la cuenta que ahí
radica su perdición, y algunos carniceros que optan por sus propias
comerciales, en algunos casos para importar carne y en algunas otras
para hacer frente a unos ganaderos que, lamentablemente, consideran
sus adversarios.
Déjense de tanto beso y carantoña dialéctica y pónganse a
trabajar en proyectos comúnes. A ambos colectivos, el futuro les va
en ello.
Xabier Iraola Agirrezabala
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