El ojo del amo, engorda al caballo
La vida está llena de casualidades donde diversos temas y cuestiones
que te llegan desde diferentes rincones y recovecos de la vida, se
arrejuntan y coinciden apretando nuestra materia gris hasta
exprimirla y dar su consiguiente fruto. En esas estamos cuando llega
a mis manos un libreto, editado por la Asociación de Concejos de
Álava (ACOA) titulado “Atzo eta gaur, una mirada al ayer y al hoy
del comercio-servicios en nuestros concejos alaveses” y cuando me
siento a leerlo, comienzo conociendo la historia de la abuela Andresa
de Zalduondo que debió ser el alma de la tienda y el bar de
Zalduondo, por cierto, un negocio que permaneció abierto de 1912 a
1980 por el trabajo de tres generaciones.
Como decía, las casualidades jalonan la vida diaria y es en este
momento, nada más comenzar a conocer la vida de Andresa cuando me
llega la fatal noticia de la muerte de Kaxilda Lopetegi, nuestra
Andresa de Legorreta, que liándose la manta a la cabeza, no siendo
suficiente con la tarea de sacar adelante una familia de 5 hijos y el
negocio de serrería de su marido Patxi, se aventuró a habilitar una
pequeña tienda en los bajos de la casa familiar y así, trabajando
como una mula, metiendo más horas que el propio reloj y siendo todo
un ejemplo de prudencia y vida ordenada, sacó adelante el negocio
que posteriormente gestionó su hija, mi añorada Joxepi y logró
ser un magnífico ejemplo para todas las mujeres, y hombres por
supuesto, que quieren emprender su propio negocio en un pueblito. Mi
aplauso y reconocimiento para Kaxilda, Andresa y otros cientos de
mujeres.
La vida moderna nos engulle y así, especialmente en estos últimos
años, las principales cadenas de distribución, sabedoras que
actualmente optamos por compras menores pero más frecuentes, se van
asentando en el interior de pueblos y ciudades con un formato de
establecimiento menor, lo que conocemos coloquialmente como
supermercado de barrio, para ir sustituyendo-laminando los comercios
familiares que aún sobreviven en un mundo donde el volumen de compra
determina, en gran parte al menos, la rentabilidad de la actividad y
así, entre los comercios familiares que se adhieren a una central de
compra, los supermercados que van abriendo las propias cadenas y la
reciente proliferación de pequeños negocios franquiciados que aúnan
la garantía de la consolidada enseña comercial con el tesón y
trabajo intenso de sus promotores que, como dice uno de los refranes
de mi suegra “el ojo del amo, engorda al caballo”, no pierden ojo
a cualquier detalle que pueda mejorar el servicio de sus clientes y
con ello, obviamente, su rentabilidad.
En esta vida moderna donde el trato humano, directo, entre productos
y cliente, entre tendero y consumidor, parecen sobrar y
lamentablemente preferimos el trato distante, impersonal y digital,
otro elemento del comercio tradicional, los llamados mercados
tradicionales también parecen estorbar y así, salvo excepciones,
los puestos de productores son a título meramente testimonial,
podríamos decir que “admitidos”, sin posibilidad de ser
reforzados y con la mirada puesta en ir amortizando puestos que vayan
dejando espacio para otras actividades más modernas y guays.
Con la boca llena hablamos de gastronomía, de producto local, del
productor y de la venta directa pero la realidad, la boca pequeña
del día a día, nos muestra que el producto local que debiera ser la
columna vertebral de nuestra oferta alimentaria y de nuestra
gastronomía, esa gastronomía con raíces a la que apelo
constantemente, la que da testimonio de nuestra identidad,
personalidad y singularidades y que, en definitiva, será la única
que nos diferencie en la mediática burbuja gastronómica mundial que
estamos viviendo, es, cuando menos, ninguneada y arrinconada.
Obviamente, en este paisito nuestro, como en botica, hay de todo y
por ello, sin querer generalizar en la crítica, sí que quisiera dar
un pequeño aldabonazo a los responsables políticos, especialmente
municipales, para que tomen el asunto en serio y dejando
planteamientos folklóricos, potencien los mercados de baserritarras
con carácter permanente y los doten de la ubicación y condiciones
de trabajo que las costumbres actuales, tanto de vendedores como
consumidores, requieren para, cuando menos, seguir en la pomada.
Soy conocedor del enorme esfuerzo que algunos ayuntamientos están
realizando para fortalecer sus mercados y si bien no es cuestión de
herir a nadie con mis olvidos, sí quisiera subrayar, entre otros,
los ejemplos de Zarautz, Azpeitia, Ordizia y Tolosa que están
realizando un esfuerzo titánico por revitalizar sus mercados sin por
ello silenciar otros casos donde bien por falta de empeño de los
municipios bien por falta de visión y complicidad de los propios
productores, no acaban de fructificar. Espero que en estos casos, en
los fallidos, que el ánimo no decaiga y que en vez de ceder y caer
en las garras de las franquicias todopoderosas, sigan la vía
insistencialista que, a la larga, sí o sí, da sus frutos.
Xabier Iraola Agirrezabala
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