Toca reinventarse
No sé usted, pero en mi caso, el
confinamiento lo llevo, relativamente, bien. Es verdad que la actividad,
teleactividad mejor dicho, funciona al ralentí y que salvo una reunión
presencial que he mantenido y la salida diaria a por el periódico y cuatro
compras, no he salido de casa en la última quincena. Incluso empiezo a pensar
que me estoy habituando a esta rutina hogareña donde la secuencia de las tareas
(compra, trabajo, cocina, lectura, trabajo, bicicleta, tele) va completando el
día a día. Y así, día tras día.
Ahora bien, que el dichoso virus
y sus consecuencias tanto sociosanitarias como económicas sea el monotema de
toda nuestra vida, tanto en casa, en el círculo de amistades, trabajo, medios
de comunicación, etc. acarrea un agotamiento mental que supera con creces la
falta de actividad física y lo que es peor, la falta de relaciones sociales.
Por eso mismo, me repatalea tener
que recurrir nuevamente al monotema, retorcer el tema hasta el infinito y abordarlo
desde diferentes vertientes para así poder juntar las suficientes letras con las
que llenar el hueco previsto para mi filípica semanal. Comprenderá por otra
parte, querido lector, que una vez que el mundo parece totalmente paralizado y
lo poco que se mueve, se mueve en torno al monotema, no me cabe más remedio que
incidir en el tema.
En primer lugar, me gustaría
comentar los abundantes ejemplos de personas, colectivos, empresas que han optado
por reinventarse ante semejante hecatombe originada por el virus de marras y
por la falta innegable de clientes a los que vender o servir algo. Reinventarse,
al menos en lo que a sector primario se refiere, cuestión nada baladí ni abordable
en cuatro días y por ello, hablando con exactitud, quizás debiéramos hablar de
readaptarnos a la nueva tesitura. En esas están los baserritarras y bodegas (txakoli,
sidra) que han optado, además de continuar con los trabajos de campo, por impulsar
la atención directa al consumo y prestar un servicio a domicilio para así
compensar la falta de facturación, casi total en el caso de las bodegas, o su
aminoración en el resto de los casos. En unos casos se trata de compensar la
bajada de afluencia de clientes a los mercados, por cierre o por las medidas
extraordinarias que dificultan la actividad comercial, en otros, tan sencillo,
como hacer frente a una brutal bajada en la facturación dado que el principal
cliente, la hostelería, ha sido obligado a cerrar sus puertas mientras que las
fuertes inversiones en instalaciones y maquinaria en estas bodegas requiere de ingresos
con los que hacer frente a los compromisos adquiridos con las entidades
financieras.
Ahora bien, hablando de reinventarse,
me llama poderosamente la atención, la capacidad de reinventarse demostrada por
las comerciales cárnicas, hasta ahora centradas en hostelería, restauración y
sidrerías, quienes en un arranque de hiperactividad han inundado nuestros teléfonos
con envíos masivos de WhatsApp con unas tentadoras ofertas de maravillosos
chuletones a precios, ciertamente, irrisorios. No me cabe la menor duda que
tendrán éxito, pero en unos momentos como éstos, donde los baserritarras han
demostrado su compromiso con la sociedad manteniendo cuando no reforzando la
producción de alimentos y donde la gente ha dado numerosas muestras de agradecimiento
para con ellos, me salen sarpullidos al comprobar que la gente opta por esos
chuletones, foráneos en su totalidad, cuando las vacas y corderos autóctonos no
encuentran salida en nuestro mercado. Ya lo decía el dicho “mucho ti-li-li-li y
poco, ta-la-la-la”.
En segundo lugar, me quiero
referir a los planteamientos que abogan por un cese total de la actividad
economía, mejor dicho, al difícil equilibrio entre la actividad económica y la
seguridad de los trabajadores. Por una parte, están los representantes de los
trabajadores, los sindicatos al uso, quienes vienen defendiendo la paralización
de la actividad económica mientras los responsables políticos y empresariales
defienden el mantenimiento de la mayor actividad garantizando, eso sí, las condiciones
de seguridad para los trabajadores. Seguramente, una vez más, ambas orillas tendrán parte de razón y lo
óptimo, mejor dicho, lo únicamente posible, será buscar el equilibrio entra ambas
posicione, teóricamente irreconciliables, pero le tengo que adelantar que, personalmente,
aun siendo conocedor del borrador de Real decreto filtrado que promueve el cese
de toda actividad económica, soy claramente favorable a mantener el máximo de
actividad económica posible o cuando menos, mantener el umbral mínimo de
actividad en el máximo de empresas y autónomos para evitar un cierre
generalizado de empresas y negocios autónomos y consecuentemente, la perdida masiva
de empleo. Bajar la persiana puede resultar bastante más fácil que levantarla
dentro de unos meses. Desgraciadamente, más de uno pensará, que ello no va con
ellos y que la tarea de levantarla es tarea que compete a los empresarios y
autónomos. ¡Así nos va!
En nuestro caso, el mundo de la
alimentación y por ende, el sector productor de alimentos, en todo caso y desde
el punto de vista de todos ellos, quedaría a salvo de esta parálisis porque
conviene no olvidar o mejor dicho, subrayar y destacar que la alimentación y la
producción de alimentos son considerados como esenciales, pero maldita gracia
que le hará a más de un productor, empleado de cooperativa, industria
alimentaria, transportista, veterinario, técnico, y cómo no, a los empleados de
las tiendas que atienden a cientos de clientes todos los día, saber que ellos
tienen que trabajar por que alguien los ha considerado esenciales, que lo son,
mientras sus clientes están en casa, a salvo, siempre y cuando el peligro para
los que trabajen sea como el que auguran.
Ya lo saben, toca reinventarse.
Xabier Iraola Agirrezabala
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