Entre pucheros
Esta semana tuve el inmenso privilegio
de ser invitado a un encuentro del colectivo de cocineros MAHAIA (Mesa) con
gentes de diverso pelaje con el objetivo de compartir sus puntos de vista sobre
la gastronomía, el mundo de la cocina y del producto alimentario, como decía, con
quienes conectamos desde diversas disciplinas como la antropología, la historia,
el paisajismo, el periodismo, etc. y en mi caso, desde la in-disciplina de los
productores de alimentos.
La cita tuvo lugar en la Bodega
HIKA de Billabona-Amasa, con el incombustible Roberto Ruiz como anfitrión, y
nos deleitaron con una exquisita cena trabajada por 5 cocineros diferentes que,
tengo que reconocer, alcanzó la categoría de momento mágico e histórico, si
tenemos en cuenta el nivelazo de los allá congregados y una oportunidad
irrepetible para gente mediocre como yo, que alcanzaron el éxtasis al escuchar
al cocinero Aitor Arregi del Restaurante Elkano hablar con una pasión
sobrecogedora sobre un pescado, de nombre Lantesa (euskara) o Andeja
(castellano), tan humilde como sabroso, del que nadie tenía conocimiento.
Emocionado me dejaron cada vez
que afirmaban que los baserritarras, los productores, son los primeros
cocineros, incluso, por delante de ellos, haciendo con esa mención un
reconocimiento a la profesión agraria que debe materializarse en un reconocimiento
que va más allá de las palabras.
En mi caso, planteé la necesidad
de articular una alianza entre baserritarras y cocineros que, además de asegurar
el suministro de producto para los restaurantes y tabernas, dote de rentabilidad,
estabilidad y dosis de futuro a los productores que, más allá de esporádicos y minoritarios
pedidos, asienten las bases de un compromiso por ambas partes que satisfaga las
necesidades de todos.
La colaboración y el trabajo
conjunto entre productores y cocineros puede y debe ir desbrozando el camino
para que los productores, al menos algunos, puedan ir abriendo nuevas vías y diversificando
la comercialización, y de paso, en la medida que se pueda, ir disminuyendo la
dependencia que tienen de otras vías, como la distribución organizada, que
apenas proporciona oxígeno, rentabilidad, para sus proveedores, a los que, salvo
excepciones, tienen asfixiados y encadenados como se ha podido constatar con
las recientes protestas ganaderas que se están efectuando a lo largo y ancho
del Estado.
No obstante, me llamó
poderosamente la atención que una de las principales preocupaciones de estos
profesionales de los fuegos es la cuestión del personal, o más exactamente, la
falta de gente dispuesta a trabajar en sus casas. Más allá, del debate sobre el
nivel de retribución de estos, llama la atención que cada vez sea más frecuente
la casuística de jóvenes que ni quieren trabajar en determinados horarios, los
fines de semana o festivos y que anteponen, ante cualquier cosa, su supuesta
calidad de vida y, llamativamente, la obsesiva necesidad por viajar al
extranjero.
Tristemente, y así lo manifesté
en dicho encuentro, es una casuística que se da entre todos los profesionales, sean
del sector que sean, que sean autónomos o pequeños empresarios que sacan
adelante, como toda la vida, trabajando más horas que el reloj y compartiendo
cama con sus quebraderos de cabeza por múltiples y diferentes cuestiones. Aún
más, creo que los jóvenes actuales sueñan con ser funcionarios, no por el sueldo,
si no por su seguridad, por sus horarios y por sus otras prerrogativas que les sitúan
en otra liga diferente, y superior, a la liga que jugamos el resto de los
mortales. Algo similar, por otra parte, que también ocurre en la parte privada
de la economía donde los jóvenes huyen de las pequeñas empresas y talleres para
refugiarse en grandes empresas que proporcionan unas condiciones de trabajo lo
más parecidas al funcionariado.
Tal y como comentábamos, entre
plato y plato, hoy en día, nadie, o casi nadie, quiere ser carnicero,
baserritarra, tabernero, fontanero, camionero, camarero, etc. mientras todos
quieren ser funcionarios, youtuberos, consultores, gestores, etc. pero la realidad,
que es muy tozuda, nos demuestra que para que esta sociedad siga activa y
marche adelante necesitamos de estos y otros muchos oficios que,
desgraciadamente, no son de cuello blanco ni trabajan de ocho a tres de lunes a
viernes.
Ahora bien, para aquellos que no
quieren esas condiciones por considerarlas pésimas e inadmisibles, siempre cabe
la alternativa de emprender y ser el jefe de uno mismo para así, reservarse el
mejor convenio laboral posible para uno mismo. Eso sí, les advierto que conozco
muchos autónomos y pequeños empresarios que viven peor que sus propios
empleados. Tienen más dinero en su cuenta corriente, cierto. Pero menos vida,
también.
Termino que me ha salido un artículo
más propio de Garamendi, CEOE, que de un simple juntaletras.
Xabier Iraola Agirrezabala
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