El rey está desnudo
Europa se despierta sobresaltada
por el estruendo del despertador que Trump colocó en su mesilla de noche al
decir que él se niega a seguir pagando la factura de la defensa europea a
través de la OTAN y amenaza con aquello de, o aprobáis mayores partidas para
pagar a escote los gastos o nosotros, los norteamericanos, cerramos el grifo y
allá, plin.
Los europeos estábamos, al menos
hasta lo de Ucrania, ufanos de vivir en el mayor periodo de paz de nuestra
complicada y agitada historia, con una historia previa trufada de peleas y
guerras entre naciones ahora colegas de la UE, pero, al parecer, no habíamos
caído en la cuenta de que esa situación, o al menos, la parte defensiva que
puede explicar en parte dicha situación estaba artificialmente basada en un
coste que no lo pagábamos nosotros, si no, los puñeteros yanquis.
Ahora, finalmente, las
autoridades europeas han caído en la cuenta de que toca arrimar el hombro y no
sólo eso, que lo tienen que hacer, de forma autónoma y sin dejar la
responsabilidad de ello, en un país como los Estados Unidos de Norteamérica,
hasta ahora aliado, y ahora, cuando menos, amistad no muy fiable.
Algo parecido nos ocurrió en
plena pandemia cuando el bichito de marras cerró los mercados internacionales,
impidió el tránsito de mercancías que van de aquí para allá, y fue entonces
cuando, la Unión Europea, cayó en la cuenta de que prácticamente toda su
industria dependía de mercancía, piezas, chips, etc. que se fabricaban en la
otra punta del globo, principalmente, en países del sudeste oriental. Era la
consecuencia directa de haber externalizado la manufacturación y autolimitarse
a lo más jugoso, limpio y rentable.
Qué decir de lo que nos ha
ocurrido con la dependencia energética del viejo continente europeo para con
países escasamente fiables como Rusia, país al que se le impusieron unas duras
sanciones por su ataque a Ucrania, que destaparon las vergüenzas de los países
europeos que basaban su industria y bienestar en una energía barata proveniente
de Rusia o países árabes, tan poco fiables como el anterior, mientras, los
guapos europeos se permitían el lujo de eliminar las sucias, contaminantes y
peligrosas infraestructuras energéticas, arrogándose el papel de faro de la
civilización moderna.
En otro capitulo similar, Europa
también ha caído en la cuenta que mientras nuestras complicadas y enrevesadas
instituciones europeas, debaten y redebaten sobre cómo afrontar la cuestión del
coche eléctrico para así reducir o eliminar el uso de combustibles fósiles en
el sector del transporte y la movilidad, como decía, mientras nuestras
autoridades siguen enfrascadas en una eterna discusión, los ciudadanos europeos,
por su cuenta, se lanzan en tromba a comprar coches eléctricos chinos, por
cierto, bastante más baratos que los europeos.
Actualmente, mientras los
norteamericanos nos adelantan por la derecha y los chinos nos adelantan por la
izquierda, Europa se acaba de caer del guindo y constatar que también se ha
quedado totalmente desfasada en la revolución tecnológica de la Inteligencia
Artificial que, a falta de la imprescindible inteligencia natural, permítame la
broma, al parecer, va a ser la base de lo que se prevé será la nueva revolución
que nos va a cambiar nuestras vidas en los próximos años y décadas.
Y usted, estimado lector, se
preguntará, ¿a qué viene hoy esta perorata del juntaletras por antonomasia?
Pues bien, aprovecho la ocasión para lanzar la siguiente reflexión que no es más
que la siguiente.
En un continente europeo como el
nuestro, donde la estrategia agroalimentaria está plasmada y sustentada en la
archifamosa PAC, por cierto, una política agraria cada vez menos agraria y más
ambiental, me surge la duda si no le ocurrirá a Europa lo mismo que le ha
ocurrido en esos otros aspectos que he mencionado previamente, es decir, si no
le ocurrirá que mientras se centra en la faceta medioambiental y se desdeña y/o
dificulta el desarrollo de la actividad productiva propia, la alimentación
europea se va quedando, cada vez más, en manos de terceros países y/o
continentes para, finalmente, quizás demasiado tarde, caer en la cuenta que la
alimentación de su población está en manos de un reducido grupo de países que
controlan el mercado internacional.
Hace casi dos siglos, más exactamente
en el año 1837, Hans Christian Andersen publicó una fábula titulada El
nuevo traje del emperador, donde un par de artesanos convencieron al rey que
eran capaces de hacerle un traje que era invisible para los tontos y remataban
la fábula, con un crío que cayó en la cuenta del engaño y le espetó, ¡Pero si
el rey está desnudo!
Pues bien, creo que a Europa le
ha ocurrido algo parecido al rey, que ha vivido, al menos en un autoengaño
continuo, en una auto incapacidad permanente, sin caer en la cuenta de que en
muchos de los aspectos de su vida estaba, ciertamente, desnuda. Por ello, antes
de que sea demasiado tarde, y sin querer caer en arrogarme un papel que no me
corresponde, creo que sería conveniente decirle a Europa que, también en
cuestiones agrarias, antes que tarde, puede quedarse desnuda.
Espabilemos, no son tiempos para
la lírica.
Xabier Iraola Agirrezabala
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