Camino Soria
Todos aquellos que tenemos hijos/as en edad preadolescente estamos
estos días inmersos en plena vorágine de exámenes y con el
ambiente familiar ciertamente tenso, por decirlo finamente, porque en
la actualidad, no como le ocurría a mis padres, las tareas escolares
y los exámenes ya no son cuestión exclusiva de los directamente
afectados sino de la familia al completo. Quizás el pasotismo supino
de mis padres para con mis estudios sería algo extremo pero no me
negarán que, lo de ahora, pasa de castaño oscuro. Eso sí, lo que
no ha cambiado es la antigua cantinela que atribuye a los profesores
el suspenso mientras el aprobado es mérito, único y exclusivo, del
estudiante.
Algo parecido ocurre, eso sí, a escala más grande, en la economía
general, al menos en un estado tan peculiar como el nuestro donde las
entidades financieras que se ufanaban de su carácter privado y
empresarial mientras ganaban dinero a espuertas, en el momento en que
vinieron mal dadas, fueron rescatadas por el Gobierno Central, según
se nos explicó, por el bien público, ósea, por el bien de todos.
Con las autopistas, otro tanto y así, mientras las grandes
constructoras pujaron por construir y llevarse las concesiones de
estas grandes vías en previsión de un beneficio más que
apetecible, ahora que han llegado los tiempos duros, de curvas
peligrosas que diría aquel, es el papá estado quien tiene que salir
a rescatarlas.
En otros sectores y subsectores ocurre algo similar, aunque a la
contra y así en nuestro sector tenemos empresas que cuando la cuesta
arriba era dura y los planteamientos empíricos, basados en
planteamientos financieros sustentados en los fríos números no
acababan de cuadrar, se acudía a la teta de mama administración,
amparándose en el interés social de la empresa pero,
sorprendentemente, cuando se superan los baches y se afronta el
futuro con cierta tranquilidad, con las luces largas a tope, se
olvidan aquellas otras cuestiones colaterales (el interés social, el
equilibrio territorial, el sostenimiento del paisaje, etc.) que
fueron la percha a la que la administración tuvo que recurrir para
justificar su intervención en plena crisis. Y es que, en este
nuestro sector, no sé si lamentablemente o gracias a Dios, las
decisiones ni se limitan ni pueden limitarse a una mera cuestión
económica puesto que cuando nos referimos a la agricultura, en su
sentido más amplio y abarcando la faceta agrícola, ganadera y
forestal, más allá del parné, nos estamos refiriendo al lugar
donde viven nuestras familias, las praderas en las que pastan nuestro
ganado y de paso, el territorio que miman nuestros ganaderos, nos
referimos a nuestras legumbres, hortalizas y/o frutas de la zona,
estamos hablando de nuestra cultura alimentaria y gastronomía
particular de cada zona, de nuestros montes y nuestros valles, del
futuro de nuestros pueblos y todas estas cuestiones, superan con
creces los bordes de las hojas de Excel y revientan las costuras de
los trajes financieros con los que nos quieren vestir la moto algunos
economistas.
Los productores, agricultores, ganaderos y/o forestalistas, no van
con sus familias y sus tierras y cabaña ganadera de un lado a otro
en función de la mejor oferta, ni deslocalizan sus herramientas de
trabajo por muy atractivas que sean las condiciones de la tierra
prometida porque ni quieren ni pueden perder sus raíces ni su
vinculo con la tierra a la que pertenecen y quieren seguir
perteneciendo y por ello, resultan incomprensibles, cuando no
alarmantes, que algunas empresas se vayan a comprar más barato
fuera, trasladen sus fábricas o sus procesos a países o zonas más
económicas, por el simple hecho de cuadrar el balance y
desvinculándose de su habitat natural.
Pues bien, esta semana acabo de comenzar a leer el interesante, al
igual que intrigante, libro del exministro de Agricultura y
expresidente de la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo,
el italiano Paolo De Castro, titulado “Hambre de Tierras” que
trata, entre otras cosas, sobre el acaparamiento de tierras por parte
de empresas y países temerosos de quedarse en el futuro próximo sin
alimentos para su población, en el caso de los países, o sin
beneficios del negocio agroalimentario, en el caso de las
multinacionales agroalimentarias y leyendo dicho librito, que les
recomiendo, me vienen a la memoria algunos casos famosos y polémicos
de deslocalización productiva donde los cultivos y el ganado son
desplazados a tierras extrañas pero cercanas a nuevos proyectos
empresariales. Acciones de deslocalización donde, única y
exclusivamente, atendiendo a los argumentos económicos y financieros
de la empresa transformadora, los cultivos, el ganado, las familias y
los pueblos son sometidos al balance de la empresa y a mayor gloria
de los gestores y presidentes de turno.
Si la agricultura, y en ello incluyo al conjunto de la cadena, más
aún en el caso de los proyectos de base cooperativa, se olvida que
lo nuestro, el campo, es algo más que números (por muy importantes
que sean), estamos abocados al mayor de los desastres. Siempre habrá
algún territorio y algunos productores y empleados más económicos
que justifiquen que todo se concentre en unos pocos lugares donde la
cuestión familiar, territorial, medioambiental, paisajística y
cultural queden supeditadas al balance anual. Urgen, por ello, más
que nunca, dirigentes y responsables que sean conscientes de ello y
capaces de afrontar, correctamente, los planteamientos de futuro.
Resumiendo, si avanzamos en esa errónea dirección, no nos debiera
extrañar que acabemos, como otros, en Noviercas, ósea, en Soria.
Xabier Iraola Agirrezabala
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