Valor y Precio
Le recomiendo encarecidamente
que hurgue en las redes y lea el magnífico artículo “Pulse F5: prioridades,
coronavirus y sector agrario” de Rubén Villanueva, por lo que sé, un periodista
que trabaja en una organización agraria (igual que yo), quien con una
delicadeza y maestría viene a decir, al menos en lo que al fondo se refiere,
algo que vengo diciendo yo últimamente. Léalo, merece la pena y de paso, se
percatará con una facilidad pasmosa, las enormes diferencias que existen entre
un profesional de la escritura como él y un simple juntaletras como el que
suscribe.
Tal y como recoge Villanueva, ha
tenido que ser el Real Decreto publicado a consecuencia del covid-19 el que
reconozca oficialmente lo que todos sabíamos, que la alimentación y la
producción de alimentos es algo esencial para nuestras vidas. Tristemente, ha
tenido que llegar la pandemia y otear la orilla de la calamidad para que, vía
gubernamental, reconozcan a los productores el trabajo y servicio que hacen al
conjunto de la sociedad; por cierto, un reconocimiento social que hasta hace
bien poco venían reclamando vía tractoradas por las carreteras.
El reconocimiento social es
importante para nuestros productores por que la imagen de la actividad ha sido
continua y duramente denostada por diversos colectivos más preocupados, quizás,
por el bienestar de animales y fauna salvaje que por el bienestar de las
personas productoras pero, dicho esto, creo que el reconocimiento social debiera
ir más allá y traducirse en un reconocimiento y valorización de los productos
alimentarios que ponemos a disposición de los consumidores.
El reconocimiento de la
actividad agroganadera y forestal debiera ir parejo al reconocimiento del valor
de sus productos que, sí o sí, debe ir reflejado y concretado a modo de precio.
Casualmente, en este momento me viene el lema publicitario de la cadena de distribución
DIA quien allá por el año 2012 decía aquello de “calidad y precio están muy
cerca” que, en su caso al menos, no dejaba de ser un reclamo publicitario
alejado de la realidad practicada por dicha cadena cuya única obsesión era (y
es) competir por la vía de los precios bajos.
Como decía, el valor que
otorgamos a las cosas, en nuestro caso a los alimentos, debe ir en sintonía con
la concreción de ese valor, ósea con el precio que fijamos, intermediarios y
vendedores, y que abonamos, los consumidores. Pues bien, en estos momentos de confinamiento,
de zozobra generalizada y en el que, desde las autoridades públicas y la
opinión pública y publicada reconocen el valor de la actividad productora es el
momento de exigir que, ese reconocimiento y puesta en valor, sea traducido a
modo de precio de los alimentos para, de paso, evitar que los tractores tengan
que volver a rugir por las carreteras reclamando precios justos para los
productores.
Por tanto conviene, señor
consumidor, no olvidar lo vivido estas semanas o meses (a la espera de lo que
diga Pedro), caer en la cuenta del papel que juegan los productores y el
conjunto de la cadena alimentaria y abandonar esa actitud mostrada por muchos
hasta el momento donde la alimentación era una cuestión secundaria, cuando no
la penúltima, y el gasto familiar destinado a ese capítulo alimentario, el 14%
escaso, un porcentaje, reconozcámoslo, bastante menor de la importancia que
decimos otorgar a la cuestión alimentaria.
Mi padre, Pascual, que era un hacha de la economía familiar, cuando
le ofrecían un producto cuyo precio él consideraba excesivo repetía de forma
manida el dicho de “eso es lo que cuesta, no lo que vale” y por ello mismo, creo que es el momento de
alinear el valor y el reconocimiento con el coste y el precio para que así
podamos garantizar que la producción de alimentos sea de una santa vez una
actividad sostenible tanto medioambiental y social como económicamente.
Hablando de valor y teniendo
en cuenta la situación provocada en el sector agroalimentario, creo que es
justo y necesario que los productores sean conscientes, reconozcan y pongan en
valor los proyectos colectivos, en nuestro caso, el vasco, el valor de las
cooperativas para dar respuesta comercial a la producción, asegurando en todo
momento, la recogida y comercialización frente a otros proyectos individuales,
de tintes especulativos y cortoplacistas, que rehúsan de compromiso alguno
cuando la cosa se tuerce. Incluso para aquellos productores orientados a los
diferentes canales de venta directa (mercados, grupos de consumo, pequeña
hostelería, etc.) conviene destacar la necesidad de proyectos comunitarios,
grupales, que coordinen e impulsen respuestas más allá de la problemática individual
de cada uno de los productores. Cuestión patente y claramente evidenciada por
la situación generada por el virus.
Bajando de la teoría a la
práctica, muestra de ello, una más, es la problemática de los corderos nacidos
estas fechas que al ser clausurada toda la hostelería, los actos festivos y los
comedores colectivos, se encuentran sin su clientela mayoritaria y ha tenido
que ser la propuesta acordada entre la cooperativa Urkaiko de Zestoa con el
ejecutivo vasco con la complicidad de la cadena EROSKI (al Cesar lo que es del
Cesar) ante la apatía de otros, la que ha logrado dar respuesta a una
problemática importante, pero sobre todo urgente, para nuestro sector pastoril.
Por todo ello, no lo olvide, valore
el trabajo de los pastores y consuma producto local y de temporada, en este
caso, en las fiestas de Semana Santa (por algo se decía aquello del cordero
pascual) consuma cordero, a poder ser,
amparado por Eusko Label.
Xabier Iraola Agrirrezabala
Comentarios
sea el unico que NO pone precio a sus productos
a diferencia d ls demas sectores y su variedad d productos
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que bueno lo de "es lo que cuesta no lo que vale"