El rugido
Las imágenes de la erupción del volcán
Cumbre Vieja en la isla canaria de la Palma, resultan tan sobrecogedoras como
atractivas, aunque las consecuencias de los ríos de lava en la población en general
con sus viviendas, barrios e infraestructuras enterradas y en las plantaciones
de plátano de los agricultores, me hacen acercarme a la cuestión con una
inmensa pena por los propios afectados a los que, desde aquí, quiero mandarles
un abrazo. Por otra parte, convendrán conmigo, que estas imágenes nos muestran
la inmensidad de la naturaleza y la poca cosa que somos los humanos, por mucho
que nos creamos lo contrario. Tecnología a tope en nuestras vidas, economía
global, viajes a la luna, etc. pero aún así, cuando las entrañas de la Tierra
que maltratamos cotidianamente, rugen, nosotros, los humanos, no tenemos otra
que admitir nuestra pequeñez y agachar las orejas a la espera de que la
Naturaleza acabe de hacer lo que ha decidido hacer.
Similar rugido, permítanme la
licencia, escucho en el sector cárnico vasco (y español me atrevería a decir) al
comprobar que la actividad ganadera se ha visto fuertemente golpeada por la
subida de los costes de alimentación, de la electricidad y del gasóleo agrícola
sin que, lamentablemente, dicha subida de costes haya podido ser repercutida
hacia arriba a los compradores de dicha carne, sean cadenas de distribución,
carnicerías o demás establecimientos comerciales. Por ello, todos los ganaderos
(vacuno, porcino, avícola, cunícola y caballar) miran con ansiedad y/ angustia a
las administraciones vascas (aun reconociendo que las diputaciones guipuzcoana
y alavesa ya han hecho su particular movimiento) para que se concreten y materialicen
esas ayudas que la consejera Arantxa Tapia anunció, recientemente, en el
transcurso del acto del 30 aniversario de ENBA.
Ahora bien, incluso los propios
ganaderos son conscientes que estas ayudas serán un parche que proporcione un
cierto alivio a los afectados pero que, en definitiva, la solución debe
provenir del mercado y cuando hablo del mercado, me refiero a la cadena
alimentaria, desde las cooperativas que recogen, transforman y comercializan su
carne, hasta los puntos de venta, desde el más pequeño hasta el más grande,
cada uno, en su proporción.
Eso sí, si bien, la cadena cárnica
debe asumir su responsabilidad para crear valor, repartirlo de forma justa y equilibrada
y asegurar la sostenibilidad en el tiempo de la actividad ganadera que, a fin
de cuentas, es la base sobre la que se asienta el resto de la cadena y sin la
que el resto de los operadores, cooperativas, industrias, carnicerías y
distribución, tienen sentido alguno. No obstante, tampoco conviene autoengañarse
y caer en la equidistancia, puesto que todos somos conscientes que, al igual
que ocurre con otros muchos productos agrarios, en la carne, también, es la
distribución la que marca la pauta puesto que acapara aproximadamente el 70% de
las ventas de carne, según el último informe del MAPA.
Precisamente, estas últimas
fechas, las dos cadenas de distribución que comercializan el mayor porcentaje
de carne de vacuno de Euskadi, Eroski y BM, han presentado sus resultados
económicos y así, la firma cooperativa Eroski ha obtenido 42 millones de euros
con un incremento del 2,4% en su apartado alimentario y la firma irunesa BM aumentó
sus ventas en un 23% en el 2020 y entre los años 2020-2021 destinará 83
millones a su expansión, principalmente, en la Comunidad de Madrid. Resumiendo,
la pandemia, a pesar de toda la problemática logística y de organización que
hayan podido tener, les ha sentado fantásticamente bien.
Por ello, sería de justicia que
esa buena situación fuese correspondida con un mejor tratamiento a los
proveedores (ganaderos y cooperativas) que andan asfixiados y cabizbajos con el
negro panorama de sus resultados económicos y con el peligro, nada exagerado,
en muchos casos, de abandonar la actividad. Los ganaderos de vacuno,
especialmente, viven una situación angustiosa, dado que los bajos precios de la
carne invitan a dejar de engordar y mandar los terneros pasteros a cebaderos
que, empujados por el ya apuntado bajo precio de la carne, se ven empujados a
bajar el precio de los pasteros que compran para su engorde. Ósea, un círculo diabólico
cuya salida, una vez más, la tienen unos pocos.
Por otra parte, señores lectores-consumidores
de carne, además de animarlos a que sigan consumiendo carne natural frente a monstruosidades
creadas en un laboratorio, les invito a reflexionar sobre el peso que tiene el
gasto alimentario en su gasto familiar total, aproximadamente un 17%, y caerán en
la cuenta que, conscientes que el consumo cárnico anual per cápita es de 49,86
kg. en 2020 (36 de carne fresca y el resto congelada y transformada), donde a
consecuencia de la pandemia se produjo un aumento del 10% que rompió con la
imparable tendencia a la baja de los últimos años, como decía, los consumidores
caerán en la cuenta el bajo presupuesto que destinan, en este caso, a la compra
de carne y que, tanto a su bolsillo como a su salud, lo que le conviene es (ahora
empiezo a hablar como las insignes doctoras que me rodean), consumir carne
natural, fresca, de calidad y de proximidad.
Reaccionemos. Reaccionen. Antes de
que sea demasiado tarde y el rugido del magma ganadero nos alcance a todos.
Xabier Iraola Agirrezabala
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