Que Dios les pille confesados

 


Escribir es la mejor forma que conozco de fijar lo que pensamos, manifiesta Xavier Marcet en un recomendable artículo publicado en La Vanguardia hace unos pocos días bajo el título “Sembrar concentración”. Recojo la frase como un respaldo para gentes como este juntaletras que suscribe, por que como supondrán, escribir un artículo de opinión semanalmente es, a la postre, el resultado final de un proceso de reflexión, sin exagerar, que ve la luz a modo de escrito.

Pensar cual es el tema a abordar, reflexionar sobre el enfoque y arrejuntar las letras de la mejor forma posible para poder plasmar lo que uno tiene en la cabeza, exige, un arduo trabajo y para ello, les confieso que correr por la mañana, a las 6 más exactamente, me posibilita reflexionar en silencio, en soledad y sin interrupción alguna.

Pues bien, en las últimas carreras matutinas he pensado sobre la situación que vive actualmente el sector productor de leche de vaca, con unos ganaderos que, tras un año y medio de horror, pueden respirar, algunos cubrir costes y otros, obtener beneficios, eso sí, con unos márgenes tan raquíticos que, a la mínima, al menor incremento en el pienso, forraje, luz o gasóleo, volverían a la senda de la venta a pérdidas donde nunca debieron haber estado pero donde tanto tiempo transitaron.

Ahora que, como les decía, los ganaderos comienzan a obtener beneficios, empiezan a tapar agujeros, socavón diría yo, y el precio de venta al público (PVP) de la leche recupera en los comercios, en parte al menos, el nivel que se le presupone a un alimento tan básico y valioso desde el punto de vista nutricional. Así, el consumidor se alarma, patalea y empieza a buscar el culpable de la situación, el malo de la película al que dirigir sus juramentos y casi todos, miran a la distribución, a las malévolas cadenas de distribución que inflan los precios hasta el infinito, según apuntan las ministras de Podemos.


Muy pocos de esos consumidores que se alarman por los actuales altos precios de la leche, se preguntaron hace un año y medio, cuando la leche se vendía en torno a los 0,60 euros, cómo era posible que un alimento esencial fuese tan barato, incluso más barato que un botellín de agua. Pues bien, ese precio se fundamentaba en una cadena láctea donde la distribución y la industria ganaban dinero, mientras, los productores vendían su leche a pérdidas y lo hacían, no por capricho, si no porque la distribución había decidido utilizar la leche como reclamo y porque el consumidor final, miraba hacia otro lado o callaba ante semejante injusticia.

En este año y medio, los ganaderos han muerto de asfixia, con 7.000 ganaderos menos en el Estado desde 2015, la producción láctea no deja de bajar, un 3% menor en el último año y el censo de vacas mayores de 24 meses ha descendido en un 8,2% en los últimos cinco años y es en este contexto de descenso de capacidad productiva, entonces, solo entonces, cuando la leche empieza a faltar en los lineales de las cadenas de distribución, cuando saltan las alarmas en los centros de mando de estas cadenas y se comienza a reaccionar en la buena dirección, levantando el pie del acelerador, y abonando por la leche, lo que se merece. Ni más, ni menos.

Ahora bien, además de los consumidores, los responsables de la distribución y de la industria, no es menos cierto que también los ganaderos deben reflexionar sobre lo ocurrido en estos últimos tiempos y si lo hacen, si reflexionan en silencio, sin despistarse con lo que dicen en los grupos de whatsapp o sin dejarse influir por lo que auguran, entre otros, los comerciantes de novillas, pienso o maquinaria, entonces caerán en la cuenta de que la mejora de estos últimos meses, esos tres o cuatro meses en los que han superado la línea roja de la supervivencia, es fruto de la falta de leche en el mercado, en los lineales y no, como algunos les quieren hacer creer, que la mejora es consecuencia de la sensibilidad, de las buenas intenciones y de la compasión para con el sector ganadero.

Por tanto, señores y señoras ganaderas, reflexionen, en silencio, sin ni siquiera dejarse condicionar por juntaletras y listillos, y tras reflexionar, saquen conclusiones. Si la conclusión es acertada, que ustedes la disfruten. Si la conclusión es desacertada, que Dios les pille confesados y confesadas.

Xabier Iraola Agirrezabala

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