Cerca, muy cerquita
Cuando yo era un crío, en mi
casa el espacio central era la cocina. Había un comedor, con unos muebles muy
pomposos que había hecho mi padre, carpintero por más señas y que durante
muchos años, sólo se utilizaba un día al año, en la comida familiar de las
fiestas patronales. Aún así, mi madre limpiaba el comedor todas las semanas y los
muebles relucían como si fuesen plata de ley. Como decía, el espacio central de
nuestra casa era la cocina y en ella se cocinaba, se veía la televisión, la
única, charlábamos, discutíamos e incluso, hacía los deberes de la escuela.
En las casas de hoy, y quizás
más hace una década que ahora mismo, la cocina ha sido reducida a su mínima
expresión y tanto es así que, más allá de leyendas urbanas, se asume con total
naturalidad que se hagan casas con la nano-cocina únicamente equipada con el
microondas para calentar lo que previamente se ha comprado, precocinado y
envuelto en el infinito plástico, en el supermercado de la esquina. Cocinar y/o
calentar a toda prisa, comer al galope e inmediatamente, cada uno a su guarida,
no vaya a ser que el contacto, además de cariño, nos vaya a hacer herida.
La casa, su disposición
interna y sus habitáculos marcan, como otras facetas de la vida, las
prioridades de nuestra vida y así, damos metros al salón mientras restamos a la
cocina, damos prioridad al sofá mientras la mesa de comer es sustituida por una
barra donde los comensales están colgados como periquitos en la jaula, invertimos
en televisiones de plasmón y videojuegos estratosféricos mientras racaneamos unos
céntimos en la compra de cada alimento y así, suma y sigue, vamos dejando bien
patente la triste realidad de nuestras prioridades que hasta ahora la asumíamos
con total naturalidad, como si ser lo frecuente en nuestro entorno lo transformase,
automática e irremediablemente, en algo positivo para nuestras vidas.
Las prioridades, al igual que disponen
de los metros de nuestra casa y de su equipamiento, disponen de nuestro tiempo
y así mientras tenemos tiempo para ir al gimnasio, para acicalarnos en el salón
de belleza más próximo, jugamos con la consola durante horas y horas, vemos la
última serie de la plataforma de referencia o las andanzas de los salvamitas de
Telecinco (cadena de televisión que parece no haberse enterado de la llegada
del Covid-19) y sacudimos el smartphone en busca de la última novedad o el meme
de moda en redes sociales y compartirlo entre los más allegados, no se vayan a
pensar que uno es el soso de la cuadrilla, conocemos el local de moda en Berlín y la
tienda que es elnovamás en Londres, pues eso, mientras tenemos y dedicamos gran
parte de nuestro tiempo a estos menesteres, por no decir chorradas, por el
contrario, no tenemos, o mejor dicho, no dedicamos tiempo a hablar ni con
amigos ni familiares, ni cara a cara ni por teléfono, ¡no fastidies con lo
cómodo que es el guaxap!, no tenemos ni la más mínima atención o palabra de agradecimiento
con el camarero o la enfermera que ahora decimos valorar, no visitamos a esos
familiares mayores que viven durante el año en soledad bien la residencia bien
en su propia casa, ¡no fastidies, con lo pesados que son los viejos!, y que
ahora añoramos pública y publicitadamente, no visitamos el pueblito o la
comarca que tenemos a pocos kilómetros, ¡tranquilo, eso ahí estará siempre y lo
visitaremos cuando nos jubilemos!, no dedicamos tiempo a la cocina, en
definitiva, a nuestra alimentación por que desde tiempos inmemoriales nos han
bombardeado, idea que hemos asumido gustosamente,
que cocinar, ósea preparar nuestra alimentación es tiempo perdido frente a las
chorradas que parecen ser tiempo ganado.
Así, una tras otra, podría ir
enumerando las infinitas incoherencias e incongruencias que abundan en nuestra
vida cotidiana que, lamentablemente, ha tenido que llegar un puñetero bicho, el
susodicho virus, para ponernos frente al espejo de nuestras debilidades y
hacernos reflexionar sobre hacia dónde nos dirigimos.
Mirar a nuestro alrededor,
fijarnos en las personas, sean familiares, amigos o compañeros de trabajo, y
lugares que tenemos cerca, mimar a nuestros productores, comerciantes,
hosteleros, empresas, etc. de cercanía, valorar esos trabajadores de base que habitualmente
nos resultan invisibles (sanitarios, camareros, cocineros, transportistas,
baserritarras, personal de limpieza, a, alimentaria, transporte, etc. a mi
entender, la sencillas pero vitales conclusiones que debemos sacar de esta crisis
que nos ha proporcionado tal sacudida que nos ha dejado el alma traspuesta y el
ánimo alicaído.
Bajar la velocidad en que
vivimos, enfocar nuestra mirada en lo cercano aún sin perder de vista lo
lejano, dedicar tiempo y cariño a las personas cercanas, ésas que somos
incapaces de valorar por ser parte de nuestro paisanaje afectivo, en
definitiva, bajar el pistón para logra una vida más pausada, pero al mismo
tiempo, más auténtica y plena.
Voy terminando. El problema, el virus, al parecer, nos ha
llegado de lejos. La solución, en mi opinión, la tenemos muy pero que muy
cerca.
Xabier Iraola Agirrezabala
Comentarios
Y la cocina ha perdido el protagonismo en esta sociedad porque efectivamente apenas se cocina, todo lo que conlleva el cuidado de la familia: cocinar, organizar, limpiar, etc etc, no sólo no ha tenido ningún reconocimiento es que no ha tenido ¡ni nombre!,¿ama de casa?¿sus labores? ¿tareas propias de su sexo?... El trabajo más importante de una comunidad: el cuidado de los individuos y sin siquiera nombre. ¡Como para pedir derechos!, así que no le ha quedado más remedio que desaparecer. Luego ocurre que en esta sociedad así de "moderna" llega un virus y nos encierra a todos en casa, así, "sin despeinarse"...