Esenciales
Ahora que se acaba el estado de
alarma y que la libertad, tras el ayusazo, ha recuperado protagonismo en el
debate político, la cuestión es que la libertad, sobre todo, de movimientos y
actividades además de los derechos básicos, ha sido, al parecer, la palanca que
ha utilizado, con acierto, la nueva lideresa. Ahora, queda por ver, si lo que queremos
es libertad o libertinaje y confiemos en que, en pocas semanas, no tengamos que
lamentar las consecuencias de nuestra falta de responsabilidad.
Cuesta hacerse a la idea, pero hace
un año, en los inicios de la pandemia, los máximos responsables políticos de
todos los niveles y gobiernos, unánimemente, reconocieron, incluso lo
recogieron, negro sobre blanco, en el plenipotente BOE, el carácter esencial de
la agricultura y de los productores. Es más, soy de la opinión de que además de
la oficialidad, hubo una fuerte concienciación de la sociedad sobre la
importancia de la alimentación, de la cadena alimentaria en su globalidad y muy
especialmente, sobre la importancia de contar con una cierta soberanía
alimentaria asentada, como no podía ser de otra forma, en la existencia de un
sector productor en la proximidad.
Durante este último año, como
decía, la alimentación ha ganado peso entre las prioridades de los ciudadanos y
en este sentido, las diferentes medidas gubernamentales como confinamientos,
cuarentenas, cierres perimetrales, cierres de la hostelería así como de
numerosos comedores escolares y laborales, han conllevado que el gasto
alimentario dentro del hogar se haya disparado hasta cotas insospechables y por
lo tanto, el gasto alimentario en los comercios de proximidad y en la
distribución generalista orientada al consumidor final, haya provocado que estas
empresas y comercios, permítame la expresión, se hayan puesto las botas y/o
hecho el agosto.
Muestra de ello son los
resultados que las diferentes cadenas de distribución han dado a conocer recientemente
donde no hay una sola cadena que, más allá de ganar o perder unas décimas de
cuota de mercado, no haya incrementado exponencialmente tanto su facturación
como sus beneficios. Por poner algunos ejemplos, Mercadona, la indiscutible
reina de la distribución en el Estado con un 24,5% de cuota de mercado, ha
facturado un 5,5% más y un 17% más de beneficios que el año pasado; Carrefour,
la segunda cadena con un 8,4% de cuota de mercado, ha facturado un 7,1% más y
en el ámbito más cercano, Eroski ha crecido un 8,6% en el apartado alimentario,
muy por arriba del incremento general de un 2,1% y la cadena Uvesco (BM, Super
Amara), a pesar de todas las dificultades inherentes a la pandemia, incrementó
en un 23% su facturación.
Pues bien, entre que soy de
letras e inútil total en asuntos numéricos (en nuestra casa, para eso está la
parte contratante) y dado que estas macroempresas presentan sus resultados de
tal forma que sólo conozcas los puntos fuertes que a ellos les interesan, mientras
te ocultan o desinforman sobre otros que no quieren que sepamos, no acabo de
ver los datos sobre los beneficios obtenidos por las diferentes empresas,
aunque mi pituitaria me dice que, al menos en lo que se refiere a venta de alimentos,
ha sido un buen año, por no calificarlo de excelente.
Todas las cadenas de distribución
y cuando digo todas, es todas, utilizan los productos frescos como elemento
tractor del consumo y como elemento gancho para consolidar su clientela
habitual y/o atraer nuevos clientes hacia sus tiendas para, una vez dentro del
establecimiento, además de los productos frescos llene el carrito con otros
muchos productos, ni frescos ni locales, llenando el carro hasta las mismísimas
cartolas. Todos abogan por el producto local como santo y seña de su apuesta
por el producto fresco y en ese empeño, unos se afanan en ofrecer el producto
de la comunidad autónoma donde se ubica el establecimiento en cuestión mientras
otros, los más grandes, se conforman con que sea producto español.
Como digo, la ecuación producto
fresco más producto local o de cercanía es, al parecer, la fórmula de éxito pero,
aunque no alardeen de ello ni lo reconozcan públicamente, no es menos cierto
que ambos factores, fresco y local, son exitosos si van acompañados del precio
bajo, o cuando menos, contenido, y es ahí donde entra en escena, aquel que hace
un año era esencial para nuestras vidas, el productor, que vistos los precios que
obtienen por la venta de su producción, ha dejado de ser fresco y se encuentra
más tieso que la mojama, además de apesadumbrado viendo cómo el buen momento de
las diferentes cadenas de distribución apenas repercute en ellos.
Por otra parte, estos productores
calificados como activos esenciales en pleno confinamiento pandémico, ven como
la producción de alimentos puede peligrar puesto que los productores, sus
empleados habituales y los temporeros son relegados en el momento de vacunar y
así, tenemos numerosas explotaciones familiares donde toda la actividad productiva
depende de unas pocas personas y que si estas personas, contraen el virus, la producción
se para y con ello, la provisión de alimentos para la cadena alimentaria,
además de perderse la propia cosecha. Por ello, considero que, atendiendo al
carácter esencial de la actividad agropecuaria, los productores debieran ser un
colectivo preferente en el momento de vacunar a la población. Son fechas de
mucho trabajo en el campo y urge adoptar medidas en ese sentido, rápida y
eficazmente.
A lo dicho, libertad y autorresponsabilidad.
Xabier Iraola Agirrezabala
Comentarios